En nuestros días vestir y maquillar a las niñas, como lo hacen algunas mujeres listas para una noche de disco, se ha vuelto natural. Recuerdo que para quienes fuimos niños en los años 90, al borde del milenio, tales asuntos se asomaban, pero aún eran impensables. Mientras las estrellas del pop, como Britney Spears, cedían su talento e inocencia acortando la tela de su vestuario para vender más en los videoclips.

La imagen femenina se afirmó como mercancía de los machos dominantes, quienes a pleno antojo decidían las normas de vestuario. Aprendimos a tener novias como accesorios, mientras nuestras madres trabajaban y cocinaban demostrando que podían hacer ambas cosas, hoy parece lejano y retrógrado, aunque algunas continúen callando y complaciendo a papá.

No hay diferencia en pensar que podemos andar sin camisa o en peores fachas y ellas nos provocan por andar en short. No caben dudas de que es inmensa nuestra autoestima masculina. Lo que intento decir, sin desvariar demasiado, es que de una forma u otra le damos hacia adelante y detrás al tiempo de nuestra evolución mental, hombres y mujeres, marcando diferencias que a ellas le continúan costando la vida en muchos lugares del mundo.

La educación y la sensibilidad son la más genuina forma de justicia en este camino hacia la equidad. Enseñemos a nuestros pequeños y pequeñas a crecer como infantes sin violentar su sexualidad, pues todo lo anterior nos acecha. Si un niño es gentil con su amiga que sea a causa de la pureza que ambos anidan y no porque ella es débil o él tenga que demostrar nada.