Los niños, para crecer sanos, necesitan sentirse seguros en un ambiente donde no tengan que ser nada más que esos pequeños traviesos, los estudiosos, quizá retraídos, en fin. Algunas veces sin querer, sin siquiera notarlo, los padres violentan esos espacios buscando complicidad, reafirmación, incluso en forma de juego. Ningún niño o niña debería preocuparse por aceptar ese pequeño trago de ron que comparten los adultos o de agradar bailando con un movimiento desaforado de caderas... Para eso y mucho más habrá tiempo al crecer.

Los infantes deben preocuparse por ser niños la mayor cantidad de tiempo que la vida les regale y disfrutarlo como tal, pues una vez que se cruza la línea delgada de las pasiones, la responsabilidad, el desenfreno, será tiempo de aprender las habilidades de cada edad.

Hace poco presencié en una actividad festiva de adultos, pedirle a una pequeña bailar al compás de una contagiosa melodía que nada tenía que ver con las canciones infantiles, y con placer observé a la nena negarse con candidez a tal reclamo. En la simpleza de detalles como estos inculcamos un poquito de violencia, arrancamos gotas en su inocencia que luego será imposible reemplazar.

Todo lo experimentado durante esa frágil etapa construye al adulto que seremos y mientras más profundo sea el aprendizaje apegado a cada faceta mejor asimilarán lo que venga luego.

Que las complicaciones y conflictos, entre y de los adultos, no lastren su inocencia. Los niños deben cantar canciones propias, jugar sin distinciones y, sobre todas las cosas, sentirse amados y hermosos.