Muchas veces somos mejores consejeros, amigos y hasta jueces para los demás, mientras que en nuestra cotidianidad la historia es muy diferente. Las relaciones interpersonales de los seres se basan en cómo nos conocemos, respetamos y queremos primero. Parece ya un estribillo gastado, pero es de las únicas verdades que no cambiarán. Según valoremos cada éxito, pérdida y error propio cual magnífico monedero de experiencias y crezcamos a partir de ellos, seremos mejores.

No hablo de vanos egoísmos ni idolatrías extremas, sí de sumar a tu vida según las acciones concretas, amar a quien te ame. Es necesario que aquel que te acompañe en la vida se mantenga a la altura de tus sueños y viceversa. La convivencia sana brota de la necesidad de compartir, crear y vivir junto a aquellos que alientan el vuelo de las esperanzas. Todos somos profundamente diferentes, diversos y complejos, pero capaces se moldear con amor a la fiera bestia del ego.

He descubierto que sí existen los idilios eternos, relaciones que desafían las leyes del tedio mediante el cultivo diario de la pasión. Vamos cambiando a mil por segundo y así debemos explorar en la vida de los seres cercanos cuanto de nuevo y verdadero hay, disfrutar esos pequeños campos que crecen en el camino ajeno y adorarlo, o como diría en estribillo de la canción Cuatro cuentos de Buena Fe:

“Quiero sentirme así, sensual en planeta de los célibes, brillando con luz propia y no satélite, bailando al ritmo de mi propio son. Merezco un corazón así, que cuando apriete me replete, que afirme veinticuatro siete que soy el mejor caramelo del paquete. Y que se quede en mí. No quiero ubicuidad ni doble fondo, conmigo hay que nadar en lo hondo, que ya de las orillas me cansé.”