La ciudad en que nací y vivo es una canción infinita replicada en mil gargantas, soneto de piratas y noches que enloquecen en su afán de poseerla. Cinco siglos no bastan para amarte mujer divina. Nunca acabo de sorprenderme con tus colores, sensual y barroca majestad caracterizan tu silueta. Rodeada de mares que adornan tu descanso intenso, pose meditabunda y etérea.

Tanto has escalado a profecías y maleficios que te gritan bruja, hechicera, y tú les regalas una dulce mirada desde lo alto del Morro. Luego saltas entre balcones y sábanas para posarte en la dorada cúpula de tu gobernanza. Si pintas de rojo, azul o verde tus pupilas, ganas la envidia y lujuria de vecinos oscuros, también el amor de quienes te pretenden.

Hija de española y africano meces tu carisma de mestiza, lánguida mulata que no espera por ningún caballero para rescatarla. Tradición de sangre y piel rebelde tostada de tanto sol y montaña. Mi Habana de sudor, sonrisas y dolor abierto, no te canses de mi voz ni de lo cursi de las letras que hoy te evocan. Despójame de egoísmo y tonto ego, agárrate de un motivo único, el cordón dorado, los pasos perdidos, el amor.