Últimamente he presenciado circunstancias donde se juzga a una persona por razones tan básicas como: la forma en que lucen o tipos de fotos que publican en redes sociales. “La imagen”, así acuñamos en el mundo moderno a esta estricta divinidad, poder..., que gobierna cada faceta de la vida humana.
Debes tener ciertas cualidades físicas para aparecer frente a una pantalla, según algunos expertos que llevan años haciendo televisión. No te comportes de maneras “impropias”, si pretendes luchar por una razón política o social como una “figura pública”.
Crecemos aprendiendo todo lo que otros entienden por correcto, moldeando ademanes, domando debilidades y forcejeando constantemente con ese Yo interior que grita por prevalecer. En dicho camino somos víctimas y victimarios de las presuntas buenas formas, descuidando quienes somos en realidad y qué representamos.
La búsqueda de la identidad es un túnel sin salida que solo terminará con la vida misma. Por tanto, escucha a quien te diga: sé bondadoso, di siempre la verdad y no dañes a nadie. Desconfía de aquellos que impongan: ¡lleva el cabello así! ¡No uses esa prenda de vestir! ¡Actúa de tal forma! ¡Esa foto no representa quien eres!
Quien no te apoye totalmente en tu “raro” andar, no siempre lo hará por mal, perdónales, son víctimas de esos inmensos tiranos que son los dogmas, tabúes y estigmas sociales. Si encuentras que la “imagen” de otra persona te parece mal o desagrada, recuerda cuando fuiste tú el discriminado. Pero si por otro lado nunca has sido señalado, encajas perfectamente en cada molde social, estético y moral, no escuches nada de lo anterior, pues tu posición privilegiada no te permitirá comprender.
Cada vez más las nuevas generaciones se preocupan menos por seguir la rueda de las “tradiciones”. Lo importante es mantener lo que nos representa realmente como seres humanos, la esencia de la virtud es invisible a los ojos.