Prestar un servicio implica la convergencia de muchos detalles para que el resultado sea definido por su calidad, aunque no se resuelva el problema. Digo esto porque no es la primera vez que enfrento una situación en la cual siempre me pregunto: ¿Tumbo catao y pongo quinqué?
Hace unos días un técnico de refrigeración, del servicio estatal, llegó a la vivienda de una amiga y sin reparar en las advertencias ofrecidas por la cliente sobre la posibilidad de que la máquina estuviera en corte –como previamente se había informado en el reporte- procedió a conectar el equipo… Las consecuencias produjeron un desastre: el interruptor (breaker) saltó pulverizado y la casa quedó sin energía eléctrica.
El técnico, sin inmutarse, recogió todo y se marchó. Posteriormente, la afectada, atónita, llamó al taller y recibió una “bofetada” que la enmudeció. La conclusión del jefe, vía telefónica, fue que para reparar el equipo debía adquirir un motor nuevo ya que aquel estaba quemado… ¿Dónde, cómo, y a qué precio puede un trabajador estatal adquirirlo?
De inmediato debió salir a buscar, a deshora y contra cierre de los establecimientos, el breaker para restablecer el fluido eléctrico en su hogar. Por supuesto, incurrió en altos gastos adicionales, no previstos, por el costo de estos aditamentos eléctricos y encontrar el electricista que realice el trabajo por un precio razonable.
Me pregunto: ¿Acaso no existe una protección al cliente a través de la cual se resuelvan estos daños colaterales provocados? ¿No poseen nuestros técnicos la instrucción o tecnología para diagnosticar dichas averías sin provocar otras afectaciones mayores? Lo cierto es que el problema lejos de resolverse empeoró y mi amiga agraviada se encuentra desamparada ante una situación tan común como inesperada.
Esa es una vieja historia que se repite hasta el cansancio, el peso de todas las inequidades la lleva el pueblo trabajador.
Como dice Ana Virginia es una vieja historia... que hace unos años me pasó en plenos años 90, algo parecido, igual con el refrigerador, en aquel tiempo había todo un edificio en la Plaza de la Revolución que recibía y respondía la correspondencia a nombre del Comandante en Jefe. Escribí a la Opinión del Pueblo del Comité Central, con copia a la Ministra de Comercio Interior, una carta copia, con fotocopia de lo sucedido, en menos de diez días estuvo en mi casa una Asesora de la Ministra, ya había ido al Taller, se habían tomado medidas y me pusieron una máquina nueva. Hay que quejarse pero donde realmente te van a escuchar. Esta es una vía pero no la efectiva. Igual no sé si aún existirán esas personas en el Comité Central que se ocupen de las quejas de la población. Consejos: las cartas se llevan sin miedo y con una copia para que firmen como recibido y con copia a varias entidades que tengan que ver para que te respondan.