La comunidad internacional aglutinada en la Organización de las Naciones Unidas debe ser capaz de frenar guerras genocidas y condenar a los promotores de violencia y acciones extrajudiciales que contravienen sus postulados fundacionales de preservar la paz, el respeto a la autodeterminación de los países y los derechos humanos.

Desde el ascenso del presidente de los Estados Unidos a la Casa Blanca se vienen fomentado actividades contrarias a los principios de la ONU y particularmente del derecho internacional. Washington vulnera de forma verdulera la soberanía de otras naciones a través de políticas de injerencia, amenazas, bloqueos, despliegues militares fuera de su jurisdicción, realiza declaraciones intimidatorias a otros pueblos que no comparten su manera de pensar e ideología, y se rehúsa a sustentar la convivencia armónica y civilizada entre los pueblos.

Respecto a esos quebrantos existen disimiles ejemplos en el actual contexto; proliferan desde Norteamérica los apoyos a gobiernos con prácticas genocidas contra otros territorios como cruelmente acontece con Gaza y países árabes por parte de Israel, instrumentan estrategias antimigrantes discriminatorias y profundamente antihumanas. Igualmente realizan actos hostiles, provocaciones, métodos de piratería marítima y asesinatos extrajudiciales en aguas del Caribe contra embarcaciones, que supuestamente dicen eran narcotraficantes, (sin evidencias confirmadas ni previas investigaciones judiciales), aunque fuesen pescadores, o simplemente personas que transiten por esos mares internacionales.

Sin estatus legal alguno, asaltan barcos petroleros procedentes de Venezuela, apresan a su tripulación que nada tiene que ver con drogas, e incautan el recurso que tampoco les pertenece. Y por si fuese poco el desprecio por las leyes establecidas luego de la II Guerra Mundial por la comunidad mundial, anuncian un bloqueo total a barcos petroleros venezolanos como vulgares piratas del siglo XXI, vergonzoso actuar de un gobierno que dice respetar “derechos humanos y democracia”, y lo que muestra es una imagen degradante de una nación desarrollada en declive moral y principios del derecho internacional.

¿Cómo el Congreso de EE. UU y los ciudadanos dignos de ese país pueden admitir continúe vulnerándose su Constitución y postulados fundacionales?

De seguir el rumbo disparatado de la política norteamericana en manos de elites de poder irresponsables y con excesivas ambiciones, las consecuencias pueden ser catastróficas, y no solo para América Latina y el resto de la humanidad en un mundo interconectado y globalizado, sino que el pueblo de los Estados Unidos, sus ciudadanos que no quieren más guerras absurdas, ni muertes, se verán obligados a decir ¡Basta! y poner freno a la demencia guerrerista de su administración.

Se puede diferir de maneras de pensar, sobre sistemas políticos, económicos y sociales, pero lo que no puede aceptarse es el uso de la fuerza, las mentiras y el chantaje para dirimir las diferencias e imponer los designios de otros gobiernos. Estamos en pleno siglo XXI y continuar con conflictos armados irracionales, crímenes de lesa humanidad y empleo de medios de comunicación para fines ignominiosos es retrotraer la era de las cavernas, de la incivilización humana y particularmente del fascismo que parecía enterrado en la anterior centuria, pero que patalea por revivir.

Y las Naciones Unidas, sus representantes deben demandar el respeto a la “Carta de la ONU”, nunca antes fue tan burdo y repugnante el quebranto del derecho internacional. Y es obligación de este organismo mundial condenar y poner coto a la paranoia Trumpista que protagoniza Washington que no ceja en su empeño de asumir el rol de gendarme universal.

Sin embargo, a lo interno de EE.UU, es lamentable observar cómo prolifera la violencia con el uso indiscriminado de armas, el consumo de drogas y su tráfico en ese territorio, más desigualdades, racismo, abusos, limitaciones a ciudadanos de bajos recursos para acceder a servicios educacionales, médicos, integridad cultural y otras prestaciones sociales indispensables en cualquier sociedad.

También llama la atención que estos flagelos acontezcan en una nación desarrollada que se autoproclama “paladín de la democracia”, aunque su Capitolio, Congreso, haya sido asaltado por grupos extremistas en forma de filme de Hollywood en el Oeste, e intentando provocar ingobernabilidad y caos.

Resulta indispensable regresar a la promoción de la paz real, sin injerencia foránea en los asuntos de otros pueblos, instrumentar el comercio libre sin trabas ni bloqueos genocidas, que renazca el pueblo de Palestina como merece y con iguales derechos a su soberanía que el de Israel, y que desaparezca el despojo de los recursos naturales de otras naciones y que florezcan los negocios bilaterales entre pueblos y bloques comerciales en beneficio de sus pueblos.

No más guerras, muertes y destrucción de patrimonios y poblaciones.

¡Viva la Paz y Vida en el planeta!

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