El gobierno de los Estados Unidos con el despliegue de medios y efectivos militares y de combate en aguas del Caribe actúa de forma irresponsable y amenazante contra la paz y seguridad de la región latinoamericana.
¿Qué legitimidad ante la comunidad internacional tiene esa acción ofensiva de Washington para con las naciones del hemisferio que apostan a la armonía entre los pueblos, y a relaciones de colaboración, solidaridad y hermandad?
¿Y con qué derecho y autoridad la Casa Blanca pone en peligro la navegación y el tránsito de países de la zona caribeña y también del mundo, con su fanfarria belicista carente de justificación, e intimidan y agreden a barcos con pescadores poniendo en riesgo sus vidas, más la estabilidad regional?
Los reiterados pretextos de Norteamérica para surcar esos mares que no son de su propiedad tienen un mezquino objetivo; engañar a la opinión pública una vez más como hicieron con Iraq, Libia, Granada, Panamá, entre muchos otros países invadidos desde el pasado siglo por tropas norteamericanas que han dejado destrucción, muerte, desolación y caos, y siempre para alcanzar sus propósitos hegemónicos en detrimento y quebranto de la soberanía e independencia de otras naciones, como refrenda la historia.
Sin embargo, cada día la comunidad internacional demanda respeto a la autodeterminación de los pueblos, y justicia y reconocimiento del Estado Palestino ante el genocidio provocado por Israel contra la población de Gaza y campamentos de refugiados que albergan niños, mujeres, ancianos, y civiles que al antojo de Tel Aviv son bombardeados y ocupados arbitrariamente, y de manera abominable.
La población de Gaza es además obligada al desalojo de sus tierras, como otrora hizo el nazifascismo contra los judíos aglomerados en campos de concentración que apenas podían sobrevivir a la barbarie. Pero hoy en pleno siglo XXI se suscitan hechos muy similares, y sus principales responsables son el gobierno que preside Benjamín Netanyahu, sus huestes que asesinan y los cómplices que silencian las masacres cometidas que suman más de 63 mil muertes; incapacitados, desaparecidos, niños huérfanos sin esperanza de vida bajo pleno colapso humanitario, sin servicios básicos de Salud, escuelas, alimentos y con profundos traumas ante la ignominiosa intervención de ese territorio.
Y ante tanta perversidad, descomunal maldad, la Casa Blancas protege a Netanyahu y obstaculiza su condena que es unánime, universal, de los pueblos y la inmensa mayoría abrumadora de la membresía de las Naciones Unidas. Pero a la vez EE.UU. trata de desviar la atención de sus problemas internos que se agravan con absurda política migratoria, violencia, drogas, incremento de aranceles, condena de millones de sus ciudadanos por su apoyo a Israel en la cruzada criminal de lesa humanidad.
Si Washington tuviese voluntad política real de frenar su descrédito mundial y erradicar el narcotráfico y consumo de estupefacientes, exacerbado en su país, no tendría que formar tanta fanfarria belicista hacia el exterior de sus costas. Es decir, en vez de asediar neciamente mares y países del Caribe, como Venezuela, con habituales pretextos y creación de falsos positivos que ya nadie cree, debería controlar sus fronteras internas del fomento de narcóticos y crimen por uso indiscriminado de armas de fuego y controlar los grupos terroristas que en su seno se han formado durante años para subvertir el orden y la paz en otros países.
También la opinión pública internacional se ha preguntado con insistencia; ¿Por qué despliegue en el Caribe, y no en el Pacífico, no estará esa vía libre para los narcotraficantes? Esa es una pregunta que no ha tenido respuesta convincente.
De igual manera esos fanáticos del odio y el extremismo han germinado en zonas de la Florida y Miami, pero fueron por décadas allí cobijados para manipularlos y utilizarlos contra la Revolución cubana y otros pueblos no complacientes con los designios de Estados Unidos que no concibe sustentar buenas relaciones de vecindad, comerciales, financieras, culturales, científicas y de otra índole del conocimiento con repúblicas que mantienen otros sistemas políticos y socio-económicos diferentes, lo cual denota la incapacidad, falta de ingeniosidad y pragmatismo de sus administraciones, continuidad de mala estrategia sostenida hoy con el mandatario Donald Trump.
Y qué decir de su Secretario de Estado, Marco Rubio, el personaje que más ha embaucado al señor Trump en política exterior, con sus ambiciones solapadas de poder y su obcecada actitud de asfixiar con más bloqueos a otros países, entre estos al noble pueblo de Cuba, cometiendo a cada rato grandes barrabasadas.
Todo indica, al parecer, que Rubio padece de profunda frustración personal, al no haber sido elegido él como Presidente desde procesos anteriores en los que aspiró a ocupar la Casa Blanca. Y ello le ha llevado a mayores torpezas en fallidas estrategias que degradan cada vez más a esa nación, no solo ante sus ciudadanos, sino también frente aliados que prefieren omitir sus criterios, pero el resto de los países del mundo, ante tanta insidia, buscan alternativas de desarrollo alejadas de Washington.
Solo la motosierra oxidada de Milei en la Argentina se ha alineado por guataquería, mejor dicho, por servilismo a EE.UU. en apoyar el genocidio en Palestina. Pero los pueblos despiertan y pasan la cuenta a quienes les traicionan por complacer centros de poder, y no los intereses de sus ciudadanos y contribuyentes.
América Latina y el Caribe decidieron apostar a la paz y debe ser respetado por el gobierno de los Estados Unidos, país en el cual sus ciudadanos no quieren verse envueltos en otra beligerancia que puede ser igual o mayor, que cuando Vietnam, y particularmente tan cerca de sus fronteras. Esperemos que más temprano que tarde se imponga en Norteamérica la sensatez y el raciocinio, ante la diabólica prepotencia y antidiplomática política exterior.
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