El actual Secretario de Estado del gobierno de los EE. UU, Marco Rubio, sigue cometiendo, una y otra vez, barrabasadas en su estrategia obcecada y altamente tóxica contra Cuba. La inmensa mayoría de la población estadounidense va a comprender, por el desafuero de sus acciones, que este señor solo responde a intereses personales y de grupos lucrativos mafiosos, generalmente radicados en el sur de esa nación, que durante décadas han lucrado con el dinero de los contribuyentes norteamericanos, y durante varias administraciones en Washington.
¿Qué persona racional, sensata y digna puede creer que la Isla, (víctima de miles de acciones terroristas orquestadas por extremistas radicados en la Florida que han dejado más de tres mil muertos y cientos de heridos e incapacitados) pueda estar registrada en una espuria lista de países que no cooperan con la lucha contra el terrorismo?
Solo una mente enferma de visceral odio hacia la tierra de sus ancestros y de la cual solo conoce su nombre, puede ser capaz de aplicar tan abominable decisión para justificar la crueldad de su asedio, injustificable internacionalmente, y que tiene su máxima expresión con el criminal bloqueo económico, comercial y financiero de Washington contra la nación caribeña.
Sin embargo, además de inmoral y carente de solidez de argumentos, el señor Rubio y la Casa Blanca no comprenden que esa maquiavélica decisión no solo daña al pueblo cubano, sino también desacredita y ridiculiza a esa administración ante la opinión pública mundial que conoce la historia real de agresiones y actos terroristas contra La Habana.
Acciones como esas desvirtúan la verdadera batalla contra ese flagelo ( el terrorismo) y exacerba el desarrollo de grupos fascistas, incluso en países aliados o bajo la egida de Estados Unidos. Un ejemplo de actualidad es el tratamiento edulcorado, dado al régimen genocida de Israel, (a pesar de haber sido calificados por la inmensa mayoría de la comunidad internacional, la ONU, como prácticas sistemáticas de actos de lesa humanidad), algo inconcebible en esta centuria, luego de la amarga experiencia vivida con la II Guerra Mundial.
Y contrariamente al derecho internacional y humano, la Casa Blanca le ofrece colosal ayuda en recursos y medios bélicos al premier israelí Benjamín Netanyahu (el mayor quebrantador de derechos humanos hoy en el planeta), al sostener su cruzada de muerte y destrucción en Gaza y otros territorios palestinos y árabes.
Ante ese magno disparate representado por Rubio y el actual gobierno norteamericano resulta impostergable, preguntarse; ¿Con qué moral acusa a Cuba el gobierno de Norteamérica, ese que patrocina y colabora con estrategias de subversión y financiamiento de entes promotores de violencia desde el territorio estadounidense, contra la nación caribeña? ¿Dónde se cobijaron los connotados terroristas que planificaron la voladura del avión de Cubana en Barbados, en octubre de 1976? ¿Y qué sanciones recibieron por EE.UU quienes atacaron la embajada de Cuba en Washington, o aquellos que protegidos por la CIA pusieron bombas y otros artefactos explosivos en centros recreativos y hoteles, lugares frecuentados por personas inocentes?
La real y justa lista debería ser encabezada por administraciones estadounidenses y los nombres de los terroristas radicados allí debían ocupar las primeras páginas. Cada agresión, que son muchas, procedentes del Norte brutal están refrendadas por la historia, son de conocimiento de buena parte de funcionarios y el propio Congreso de EE.UU., y resultan de dominio pleno de los centros de inteligencia de ese país.
Cuba no es patrocinador del terrorismo, y por el contrario, lo condena y rechaza en toda su magnitud, defiende la paz y la solidaridad entre naciones.
¿Quién puede considerar a este pueblo terrorista, si solo exporta vida, médicos, paramédicos, maestros, constructores, deportistas, etc., todo lo que fomenta colaboración y ayuda a los más necesitados?
A pesar de los escasos recursos con que cuenta la Mayor de las Antillas, (agravado por el infame cerco del llamado “paladín de los derechos humanos” con su empeño de asfixiar a millones de ciudadanos y destruir a la Revolución que dignificó a quienes nunca antes tuvieron oportunidades para acceder a servicios básicos de Salud, Educación, Cultura, Seguridad Social, entre otras prestaciones, la nación caribeña continúa con ahínco erigiendo su futuro económico y social, basado en mayor justicia y equidad.
Washington debía asumir alguna vez su responsabilidad al actuar como verdugo, por más de sesenta años, con record de infamia, contra una pequeña, pero aguerrida nación del hemisferio.
Qué familia cubana puede olvidar el pasado batistiano antes de la Revolución, las otrora masacres y torturas de sus casquitos y esbirros contra miles de jóvenes, más el brutal tratamiento entonces a temas de equidad de género, raza, clase, credo, las abismales desigualdades y la creciente presencia de prostíbulos y garitos institucionalizados antes de enero de 1959, males que aquejaban profundamente al país, situación aún peor, en áreas rurales con latifundios y dominios extranjeros.
Quizás ayudaría al señor Marco Rubio estudiar más la historia de Cuba para comprender la resistencia y sacrificio de este pueblo, estudiar con mayor detenimiento, interés y voluntad real, la auténtica historia, cómo eran sus campos, donde los hijos de un trabajador rural no podían llegar casi nunca al 6to grado, menos soñar con el bachillerato. Y ser universitario o aspirar a becas en la Casa de Altos Estudios para su desarrollo cultural integral u otra profesión científico-técnica era solo una quimera, por solo mencionar algunas. Eran sueños irrealizables.
Lo que moralmente debía hacer el señor Rubio, o el presidente Donald Trump, es transparentar la información sobre las agresiones contra Cuba, desclasificar toda la maraña de operaciones encubiertas de la CIA, los planes de asesinatos y de grupos extremistas que todavía pululan en esa nación, programando y ensayando acciones terroristas y belicosas contra la Isla.
Resulta muy indigno y carente de credibilidad intentar engañar a la comunidad internacional, pocos incrédulos o casi nadie ya, puede creer en esas artimañas mal intencionadas, estrategias absurdas contra la Mayor de las Antillas.
Lo que debía hacer la administración Trump es tumbar el bloqueo, y no cacarear más con pretextos y justificaciones para sostenerlo.
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