Lo que sigue aconteciendo en Gaza y otros territorios palestinos solo tiene un nombre: genocidio. Y el principal responsable de las más de 52 mil muertes es el gobierno de Israel presidido por Benjamín Netanyahu que no cesa en su empeño diabólico de exterminar ese pueblo, y particularmente a niños y mujeres, las principales víctimas inocentes de esa barbarie cometida en la “civilización del siglo XX”.

Pero esos crímenes de lesa humanidad y de asfixia al pueblo palestino han sido posibles por la complicidad de lobbies y centros de poder en contubernio con la administración de Washington, (hoy con Donald Trump en la Casa Blanca), y también aliados ingleses y europeos que continúan pertrechando de armas y recursos al invasor para su cruzada de limpieza étnica.

La administración estadounidense practica bloqueos, sanciones y múltiples penalizaciones a cualquier país por el mero hecho de sustentar ideologías diferentes, o con pretextos de espurias listas sobre terrorismo, en las que con incongruencias y sin solidez de argumentos se mantiene a Cuba y a otros pueblos, de manera disparatada. Y, sin embargo, ni lo aplica con los crímenes de Israel, al tiempo que veta en el Consejo de Seguridad de la ONU, cualquier intento al respecto. La doble moral de EE.UU. degrada y desacredita cualquier voluntad política de la Casa Blanca en ese sentido.

Lamentablemente, la falta de sensatez y raciocinio de los promotores de estas masacres alcanza niveles colosales, a la vez que se agudiza la ceguera política por ambiciones e intereses económicos, al extremo de no comprender que lo que están generando es un cataclismo de odio y violencia sin precedentes en esa región del Oriente Medio, pero además en el resto del mundo que mayoritariamente rechaza y condena el genocidio israelí.

Tampoco se ha tenido en cuenta que agreden a generaciones de seres humanos; a sus infantes, madres, padres, hermanos, abuelos o amigos que son asesinados o desaparecidos bajo las bombas lanzadas por el ejército de Tel Aviv, fundamentalmente de fabricación occidental, y sin escrúpulos alguno sobre la vida.

La falta de servicios básicos en Gaza, Cisjordania y demás tierras ocupadas por Israel se apropia de esos pueblos. Crece la hambruna, las enfermedades, falta de saneamiento, y medicamentos. Resulta abominable observar niños haciendo colas interminables, bajo la inseguridad de los bombardeos acudir en busca de alimentos y agua, y más aborrecible aun es ver como prohíben o limitan la entrada de ayuda humanitaria y personal sanitario con recursos mínimos para aliviar la grave situación de la Franja de Gaza.

Nunca antes en esta centuria estuvo más amenazada la civilización humana y supervivencia del planeta como ahora, por la demencia guerrerista de unos fanáticos de la muerte. Esa actitud beligerante no contribuye a la paz, menos a la convivencia apropiada entre territorios vecinos con potencialidades de desarrollo armónico y sustentable.

Palestina merece vivir con independencia y paz duradera, su pueblo ha sufrido con creces, por décadas, las embestidas sionistas. Los pueblos de Palestina, también de Israel (donde gran parte de su población se opone a la aberración de sus actuales dirigentes), y todos los que conforman la región de África y Oriente Medio, con la comunidad internacional en su conjunto, precisan de paz para encontrar solución a las acuciantes necesidades que impone el desarrollo socio-económico global, y el futuro de bienestar que todos anhelan, sin guerras, desastres ni muertes.

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