El pueblo de la República Bolivariana de Venezuela sigue siendo víctima de estrategias fascistas y agresiones orquestadas por la ultraderecha de ese país en contubernio con sus patrocinadores en Washington y séquito de serviles aliados.
Los enemigos de esa nación muestran su desespero ante el evidente fracaso en las urnas, y acuden nuevamente a prácticas degradantes como sabotear el Sistema Energético Nacional, con el propósito de afectar la tranquilidad ciudadana y potenciar desestabilización.
Sin embargo, los venezolanos apostan a la paz y mayoritariamente rechazan esos métodos extremistas solo concebidos por ideológos fascistas los cuales por intentar alcanzar sus objetivos son capaces de dañar a millones de seres humanos, al perjudicar con sus maniobras golpistas servicios básicos a la población.
Los enemigos de esa nación del Cono Sur cuentan con financiamiento y apoyo foráneo. Son entes que instan a la violencia, destrucción y asesinatos en las calles, fomentan odios y desunión para crear caos y posibilitar injerencias e intervenciones externas.
Esas diabólicas recetas se han aplicado contra otros países en la región y el mundo con el fin de violentar cambios de régimen siempre que no compartan los designios, sistemas socio-económicos y políticos de gobiernos estadounidenses y algunos de sus incondicionales aliados neoliberales.
Aquellos que organizan y planifican acciones terroristas contra instituciones, entidades y servicios destinados a la población solo merecen el desprecio y la condena de sus pueblos y también de los Estados y personas de buena voluntad del mundo.
El proceso electoral está concebido para que los ciudadanos elijan la administración que consideren pertinente para la defensa de los intereses de los pueblos. Pero en el caso de Venezuela existe una parte de la oposición al gobierno que es recalcitrante y jamás acepta la derrota en las urnas porque su real intención es tomar el poder a la fuerza, con Golpes de Estado, sabotajes, asesinato a dirigentes y afiliados al chavismo.
Durante más de una década, la derecha venezolana a empleado disímiles fórmulas para destruir la Revolución Bolivariana, y todas han sido violentas acompañadas de actos terroristas e intentonas de homicidio contra el Presidente legítimo Nicolás Maduro.
La irracionalidad de los fanáticos a las acciones extremistas los mantiene ciegos políticamente y no comprenden que sus estrategias antipatrióticas alejan cada vez más a los hombres y mujeres de bien de sus anhelos de lograr, (a como sea), llegar al poder y volver al pasado de extremas desigualdades sociales, y a expoliar los recursos naturales de esa gran nación, ensanchando sus arcas financieras y la de sus sicarios en detrimento del pueblo.
Se repiten otra vez los mismos errores cometidos por parte de países del Norte, como Estados Unidos y algunos de la Unión Europea que otrora apoyaron al autoproclamado Juan Guaidó, quien nunca representó a pueblo alguno.
Hoy tratan de apuntalar a la señora María Corina Machado, precisamente quien tiene larga historia de vinculación con elementos delictivos que han conspirado contra la Patria siendo complacientes con el robo de activos y recursos de ese país, lo cual puede constituir un fiasco grande para la imagen y política de EE.UU y aquellos aliados occidentales que apostan a las falacias de medios de comunicación y redes sociales que distorsionan la información, y nada tienen que ver con la verdad de Venezuela.
Cuando en Estados Unidos se consolide una administración más pragmática, menos hegemónica y arrogante que las que anteceden a esa nación, de seguro mejorarán las relaciones con toda América Latina, el Caribe y el mundo en desarrollo. Podrán entonces haber intercambios fructíferos para las partes que tributen al desarrollo, no pueden asumirse sistemas e ideologías que no representan la realidad social y económica de los países.
Washington con su desarrollo como potencia mundial debía emplear sus tanques pensantes en reflexionar más sobre la colaboración, sin injerencismo, con los pueblos del Sur, ante las abismales desigualdades y pobreza extrema que todavía cohabita en estas tierras.
Es evidente que se precisa de cambios socio-económicos inminentes en pueblos del Sur, como también en el Norte donde persisten desigualdades y quebrantos de democracia y derechos humanos. Pero esas transformaciones deben orientarse hacia la conquista de democracias más participativas con protagonismo popular y políticas de inclusión, a diferencia de las neoliberales y de segregación que algunos gobiernos, (generalmente de corte derechista y extremista), tratan de imponer.
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