La humanidad está cada vez en mayor peligro de extinción ante la irresponsabilidad, ambiciones y sed de hegemonismo de potencias, con protagonismo de Washington. Estos centros de poder no comprenden que al diseminar fuerzas militares y potenciales medios de combate por latitudes del mundo aceleraran los conflictos bélicos internacionales y laceran aún más el ya dañado ecosistema universal hasta magnitudes inimaginables que pueden acarrear consecuencias catastróficas para todos los que cohabitan el planeta.
Varias regiones son hoy blanco de actividades terroristas, métodos de subversión para provocar desestabilización institucional, y guerras que provocan destrucción y muertes las cuales pudieron evitarse con uso apropiado del raciocinio y la diplomacia entre naciones, como forma de solventar diferencias.
La confrontación entre Rusia y Ucrania requirió también de anteriores soluciones con los Acuerdos de Minsk, los cuales dejaron de cumplirse. Falló una vez más la validez del diálogo y la voluntad política para resolver diferendos que entonces dañaron profundamente a millones de ciudadanos rusoparlantes radicados entonces en territorios de Kiev, (antes integrados a la URSS por decenas de años), que compartían cultura, idioma, lazos consanguíneos y amistades, además de tributar a los avances sociales y económicos.
En esta era de civilización humana y desarrollo tecnológico resulta abominable que existan administraciones de países que apliquen métodos discriminatorios con sus conciudadanos (según estatus de clase socio-económica, raza y credo) y también subestimen a otras naciones por su condición tercermundista o limitada extensión territorial.
Estas son estrategias que apostan al neoliberalismo salvaje y neocolonialismo moderno y fomentan además la carrera armamentista, a modo de complacencia con el Complejo Militar Industrial, el mismo que actualmente está presente en cada beligerancia, echando más leña a los fuegos.
La Casa Blanca, por ejemplo, por sustentar intereses hegemónicos y recursos energéticos ha sido incapaz de frenar el genocidio contra la Franja de Gaza desplegado por su aliado de Tel Aviv, el señor Netanyahu. Este ha dado fehacientes muestras de insensatez y accionar extremista, al provocar más de 27 mil muertes, desaparecidos y millones de ciudadanos palestinos desplazados de sus tierras, lo cual no comenzó el 7 de octubre de 2023 con el ataque de Hamas, que también pudo evitarse, y no debió suceder.
Esta problemática tiene antecedentes que rebasan la Segunda Guerra Mundial y cuenta con más de 70 años de duración, por lo que precisa de solución inmediata, la cual puede lograrse con solo respetar las resoluciones históricas de Naciones Unidas sobre el conflicto Israel-Palestina y tener en cuenta los acuerdos internacionales, luego de la invasión israelí de 1967 que nunca debió acontecer.
Nadie tiene derecho a establecer prácticas de apartheid ni tipos de colonialismo contemporáneo como el que durante décadas viene imponiendo el gobierno sionista de Israel contra el sufrido y desplazado de sus tierras, pueblo palestino.
Asimismo, se calienta la zona del Asia occidental, el Mar Rojo, el Oriente Medio con múltiples contiendas y varios frentes de guerra abiertos. Su causa principal tiene origen en el expansionismo israelí y en el intervencionismo extranjero, en la ya convulsa región.
La Unión Africana, Liga Árabe y otros organismos multilaterales regionales e internacionales deben aunar posiciones con el noble y humano propósito de poner fin definitivo al genocidio contra Gaza. También en campamentos de refugiados en Cisjordania y otros lugares donde los palestinos son tratados como ciudadanos de tercera clase por parte del “autoproclamado gendarme regional”, Israel.
El presidente de EE.UU., Joe Biden, debía dejar de apoyar crímenes como los que se ejecutan en la Franja de Gaza. Su ahijado Netanyahu está fuera de control, y al parecer hace caso omiso del inmenso rechazo que ha provocado el torpe y violento actuar de su aliado, que alcanza denuncias en la Corte Internacional de la Haya, a pesar del apoyo dado por la Casa Blanca, algo que puede seguir degradando la política de “paladín de los derechos humanos” de Washington.
Es hora que se ponga fin a la demencia guerrerista y expansionista de Israel y sus patrocinadores para que pueda resurgir la tan anhelada paz en el mundo. Y será posible con el reconocimiento universal al Estado de Palestina y también con el cese de las injerencias e intervenciones foráneas en otras naciones respetando el derecho de autodeterminación de los pueblos.
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