La humanidad tiene mucho que agradecer al pueblo ruso. La extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) fue la que más sacrificios hizo en el mayor conflicto bélico conocido, la Segunda Guerra Mundial. Más de 27 millones de ciudadanos de esa gran nación perdieron su vida en la Gran Guerra Patria (1941-1945).
Por eso, cada 9 de mayo, celebran con bríos el Día de la Victoria sobre el nazi fascismo, festejos a los que se suman numerosos países. Los rusos, mejor que nadie, conocen de torturas, de los horrores de campos de concentraciones, de trenes interminables donde cargaban a seres humanos como algo desechable, de los que podían “producir” botones de sus huesos y jabones de la grasa corporal.
Cada familia soviética perdió a alguien en esos duros años de hambre, asedio, bloqueo y penurias. Los museos muestran minúsculas raciones de pan, que entregaban a los habitantes durante el bloqueo de la entones Leningrado, alimento a veces mezclado con aserrín de madera para que llegara a mayor cantidad de seres hambrientos.
Las fotos de los caídos salen a las calles cada mes de mayo, los sobrevivientes muestran medallas en desgastados uniformes y son bendecidos y agasajados como veteranos de aquel conflicto contra la Alemania nazi y sus aliados.

En el discurso en el colosal desfile militar en el año 2000, para celebrar la fecha, el Presidente Vladimir Putin dijo: “Queridos veteranos, ustedes nos han acostumbrado a ganar. Ese hábito está en nuestra sangre y se ha convertido en clave de victorias no solo militares. Ayudará a nuestra generación a construir un país fuerte y próspero, y alzará la bandera rusa de la democracia y la libertad.”

Hoy los rusos libran otra guerra. Ellos conocen del peligro y amenazas acrecentadas en la última década, a partir del armamento de naciones que están en sus fronteras.
Quienes dominan los antecedentes del conflicto reconocen que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y países occidentales, liderados por Estados Unidos, han desoído advertencias rusas, y cada vez aumentaron más su presencia, armas y laboratorios químicos en Ucrania.
Para China “la OTAN sembró la semilla del conflicto entre Rusia y Ucrania”, el Papa Francisco y el Vaticano echan la culpa a “los ladridos de la OTAN a las puertas de Rusia”, pero quienes saben de las atrocidades de los nuevos fascistas contra poblaciones ucranianas integradas por mayorías rusas, los que tienen detalles del empleo de armas químicas y biológicas creadas en laboratorios en los lindes rusos, comprenden entonces qué condiciones colmaron la paciencia del Kremlin, que durante más de ocho años alertó y pidió poner fin a esas condiciones adversas para la paz regional.

Este 9 de Mayo regresan pobladores de la ex URSS a las plazas, festejan la victoria, lloran a sus muertos y vuelven a izar la bandera roja en la cúspide de la dignidad y el valor, como lo hicieron hace 77 años en edificio del Reichstang, Parlamento alemán, en Berlín.
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