Durante años hemos observado cómo el gobierno de Estados Unidos y algunos de sus aliados en América Latina (precisamente los de menor crédito ante sus pueblos) como Iván Duque, de Colombia, y Jair Bolsonaro, de Brasil, acostumbran a inmiscuirse en los asuntos internos de otras naciones, y obvian los graves problemas socio-económicos de sus países que precisan de soluciones apremiantes.

Duque, continuador de la estrategia guerrerista y anti paz de Álvaro Uribe ha dilatado con superfluos pretextos el cumplimiento de los Acuerdos de Paz dirigidos a poner fin al conflicto armado, y a la inestabilidad en áreas campesinas, indígenas o de trabajadores rurales, los más afectados con la violencia y presencia de narcotraficantes y grupos militares en sus regiones.

Los acuerdos tenían previsto contribuir a eliminar la impunidad existente ante asesinatos, desapariciones y desplazamientos de ciudadanos, pero la realidad muestra la falta de voluntad política por parte de la actual administración colombiana, al continuar los atropellos y crímenes sistemáticos contra antiguos miembros de las FAR-EP, líderes sociales, y de movimientos de izquierda o progresistas.

A ello se añaden las consecuencias de un ineficiente y particularmente desigual sistema de Salud y Educación que limita el acceso libre a esos servicios, a miles de hombres y mujeres pobres de diferentes departamentos del país. Igualmente siguen operando grupos paramilitares surgidos desde la era Uribe que tanto daño han ocasionado, y cuales siguen maniobrando en zonas de la frontera con Venezuela y en otros puntos de Colombia donde son cobijados.

Y sin embargo, a pesar de la muy compleja situación interna que presenta Colombia, a Duque (quien también fue férreo acólito de Donald Trump durante su mandato en la Casa Blanca, le interesa más incidir en la destrucción de la Revolución Bolivariana y entorpecer el diálogo entre el gobierno de Nicolás Maduro y varios grupos de oposición que prevén lograr un entendimiento entre venezolanos, basados en el respeto a la Constitución y a la voluntad popular de esa República libre, e independiente.

Lo mismo acontece con el gobernante brasilero, Bolsonaro, quien trata de silenciar las graves acusaciones que tiene por acciones de corrupción, mal manejo de la pandemia y cual muestra signos de promover con sus disparatadas acciones un autogolpe para perpetuarse en el poder, a pesar de la debacle que atraviesa su administración en cuanto a estructura social y económica. En su mandato se acrecentó la brecha entre ricos y pobres, cada vez mayor inequidad e injusticia.

Este señor que llegó a burlarse de los estragos de la pandemia de COVID-19, que tantas muertes y contagios provoca, llegó a expresar con bravuconerías su desprecio hacia la labor humana y sanitaria que han desplegado por décadas, médicos y paramédicos altamente calificados de Cuba, en su tierra y otras latitudes. Pero ha sido incapaz de suplir dignamente la carencia de personal sanitario en los lugares inhóspitos y apartados de la geografía brasilera, donde sí asistían los galenos de la Isla.

Y es significativo también, que mientras el mandatario Jair ( quien se esmeró en calcar a Trump), acumula problemas sin resolver en su país, ataca también a Venezuela (la cual a pesar del cruel bloqueo de Washington y robo desfachatado de sus recursos financieros y oro situados en bancos en el exterior de EE.UU. y aliados europeos, no ceja en su empeño de satisfacer las necesidades perentorias, humanitarias, de los ciudadanos venezolanos, incluido el proceso masivo de vacunación contra la Covid-19), azuza a la oposición y compinches en sostener las agresiones contra la Patria bolivariana, hay millones de hijos del Brasil viviendo en condiciones infrahumanas.

El gobierno de Joe Biden no debería seguir las recetas de su antecesor, el magnate Trump. Y por el contrario, podría alejarse más de la desmedida irracionalidad que lo caracterizó, y contribuir en gran medida a pacificar la región, y lograr establecer relaciones de buena vecindad y ayuda mutua con todos los países del continente, independientemente de las diferencias ideológicas o económicas de cada cual. Europa, salvando las distancias geográficas y de desarrollo pudo alcanzar la convivencia equilibrada en un marco de colaboración y respeto entre sus Estados.

Para obtener un efectivo acercamiento con cada uno de los pueblos del hemisferio, no basta voluntad ni una estrategia inteligente, hace falta coraje y determinación para hacer frente a las corrientes de ultra derecha y profundamente reaccionarias y hasta fascistas encabezadas por elementos de supremacía blanca que aún pululan en el propio Estados Unidos y que han secuestrado además, a algunas administraciones en Latinoamérica, similares a las que hemos mencionado y están vigentes en Colombia, y Brasil.

Es hora de diálogo civilizado con autodeterminación por parte de las naciones. El mundo está amenazado con cambios climáticos y embestidas de la Naturaleza que prevén seguir siendo superiores a las ya crecientes que hoy se suceden. De ahí la imperiosa necesidad de colaboración complementaria, y de establecer relaciones diplomáticas, comerciales, culturales, científicas y de todo tipo entre vecinos convocados a mejorar, no solo el medio ambiente, sino además, el bienestar y especialmente la vida de sus pueblos, en paz y con solidaridad.

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