Durante décadas el gobierno de Estados Unidos (EE.UU.) con sus disímiles administraciones ha venido dibujando una distorsionada matriz de opinión sobre lo que es una dictadura acorde a sus intereses políticos y económicos, y con el particular propósito, muy pérfido, de sustentar su hegemonismo en Latinoamérica, y el mundo.

Resulta significativo que mientras predominaron en el sur de América sanguinarias dictaduras como las de Pinochet en Chile, y las que por años estuvieron presentes en Uruguay, Paraguay, Argentina, Brasil, y otros territorios del continente, la Casa Blanca hizo mutismo completo respecto a las atrocidades cometidas por esos regímenes militares que se impusieron y estuvieron estrechamente vinculados a la “Operación Cóndor” que provocó miles de víctimas, asesinatos y torturas. Nadie puede olvidar cómo arremetían contra los jóvenes y demás segmentos de población por sus demandas, afiliación social, o política.

Y sin embargo, Washington en esa época no financió ni apoyó campañas mediáticas contra esos centros de poder represivo y dictatorial que sí imponían barbarie y terror. Tampoco propuso en organismo regional e internacional bloqueo o sanción alguna para los responsables de esa ignominia. Es la doble moral que clasifica a su antojo a extremistas y terroristas, -según receta aplicada por varios gobiernos de EE.UU-, hasta llegar a lo más absurdo y disparatado que pueda concebirse; considerar a Cuba país patrocinador de esa vileza, cuando en realidad y bien lo conoce la Casa Blanca, es la nación caribeña la principal víctima de esa política orquestada desde la Florida.

La historia ha demostrado que la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. ha estado involucrada en crímenes que formaron parte entonces del complot de la CIA con los regímenes profundamente antihumanos existentes en el cono sur de América. Destruir todo movimiento progresista y de izquierda era una obsesión para Norteamérica y sus acérrimos lacayos, su cacareada “democracia y defensa de derechos humanos” era una quimera donde lo que floreció fue odio, violencia y acciones terroristas protagonizadas por mercenarios estimulados con draconianas estrategias antisocialistas o anticomunistas, como suelen citar los amantes del capitalismo y el neoliberalismo, aunque lo que acontezca sean movimientos en reclamos de justicia social.

De igual manera, las administraciones complacientes con Washington, (así fuesen crueles dictaduras como las de Chile) siempre contaron con el beneplácito, a conveniencia, de la Casa Blanca. Lo mismo ocurrió con el quebranto de la institucionalidad a través de Golpes de Estado como el de Manuel Zelaya en Honduras, Evo Morales en Bolivia, o los intentos a Hugo Chávez y luego a Nicolás Maduro en Venezuela, entre otros organizados desde el pasado siglo. Y eso también lo valida la historia porque detrás de esos actos anticonstitucionales e ilegales, siempre ha estado solapada o no, la mano de agencias y funcionarios de embajadas estadounidenses en esos respectivos países.

El salvaje neoliberalismo impuesto a pueblos en desarrollo de Latinoamérica (que aumentó la brecha entre pobres y ricos), lo que ha desencadenado es una ola de movilizaciones en demanda de derechos inaplazables como el acceso de todos los ciudadanos a servicios de Salud, Educación, Cultura, Empleo, Seguridad Social, y en defensa de la paz y la vida.

EE.UU. emplea millonarios presupuestos en manipular a la opinión pública internacional a través del monopolio de sus medios de comunicación, incluyendo las tecnologías en redes sociales, con el fin de subvertir el orden institucional en Cuba, la República Bolivariana de Venezuela, Nicaragua, y otras naciones de América y el mundo que decidieron estrategias de desarrollo opuestas a las tradicionales de ese gobierno. Erradamente Washington declara a estos países que cuentan con amplia participación y representación popular en todas las esferas de la sociedad, como dictaduras, para con ello poder lograr su cometido de impulsar de forma desvergonzada y con llamados a desobediencia civil y violencia, cercos económicos orientados a potenciar cambios de sistema que favorezcan sus intereses.

Por estos días han utilizado toda su maquinaria propagandística y lucrativa de información para desvirtuar la realidad que vive la Mayor de las Antillas. Niegan los avances científicos de la Isla, la creación de vacunas y candidatos vacunales contra la COVID-19, la labor altruista de su personal de Salud y su pueblo en el combate a la pandemia, omiten cómo los trabajadores reciben subsidios y ningún ciudadano queda desamparado, a pesar de la grave situación de bloqueo criminal y el flagelo del letal virus.

Esa es la verdad que ocultan los grandes medios occidentales los cuales tampoco publican en su “ libre prensa”, (incluyendo algunas de Europa y particularmente de España las cuales gustan de trasmitir noticias falsas de La Habana) que la causa fundamental de las carencias de medicinas, alimentos y tecnologías sanitarias en un contexto de pandemia global, es el bloqueo que se traduce en el asedio perenne de Washington, “el autoproclamado defensor de los derechos humanos”, y cual sin embargo niega a los cubanos acceder a mercados de materias primas y productos de primera necesidad precisados por la población.

¿Cómo pueden algunas personas confundidas o que forman parte del complot contra Cuba sumarse a esas campañas tan viles que convocan a la asfixia de un pueblo entero por mezquinos propósitos geopolíticos y de influencia de mafias como las que operan en Miami que abultan sus bolsillos cada día con el negocio de la contrarrevolución? Es un acto de lesa humanidad por su grado de crueldad sitiar a un pequeño país que refrendó en las urnas su Constitución con el apoyo mayoritario de la población.

Los cubanos de la Isla y los que residen en otras latitudes deben unirse y no dejarse manipular por corrientes de fanatismo que promueven oportunistas y ultra reaccionarios. Es hora de contribuir con los que potencian Puentes de Amor en pos del levantamiento del genocida bloqueo, la eliminación de sanciones y medidas añadidas que dañan a los ciudadanos y sus familias con las irracionales disposiciones de la administración estadounidense que les prohíbe relaciones normales de convivencia y profundiza la separación entre dos pueblos vecinos que podrían interactuar basado en el mutuo respeto, estableciendo vínculos de beneficio para ambas partes.

El señor presidente Joe Biden no se ha dado cuenta que transitan otros tiempos, sigue muy mal asesorado y precisamente por la mayoría de los que se oponían a su triunfo en las pasadas elecciones. Los trumpistas le están imponiendo sus reglas de juego, esas que se aproximan más a la arrogancia, supremacía blanca, racista y abusiva contra los menos favorecidos de su país, y otras latitudes.

La inmensa mayoría de los estadounidenses y cubanos allí residentes no comprenden el porqué de tanta saña contra la Isla, y desean establecer relaciones de comercio, académicas, científicas, culturales, turísticas y de todo tipo, sin restricciones a sus viajes y al establecimiento de negocios en la bella tierra cubana.

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La OEA de Almagro es un ente intervencionista y carente de credibilidad