Mitad del mundo y madres de la otra mitad, solía decir de las mujeres mi abuelo, quien, impulsado no sabe bien por qué, había sabido saltar sobre los convencionalismos machistas de su época y, en materia de respetar y reverenciar a las féminas –justo decirlo–, no fue segundo de nadie. El viejo se equivocó: Ellas no son madres de la mitad de los seres humanos que habitamos el planeta, lo son de todos absolutamente, y ese mérito es razón para reverenciarles, pero no el único.
Desde que el mundo es mundo, las féminas supieron elevarse por encima de su propia estatura hasta ganar respeto y gloria, en una batalla desigual, e incluso a veces desleal, ¡de león a mono, atadas sus extremidades!
Sin embargo, más de una vez han pasado por el lado de sus contrincantes, a toda velocidad, hasta situarse a la cabeza en las listas de los mejores, en esta o aquella actividad. Y para corroborarlo ahí están Mariana, Ana Betancourt, Isabel Rubio, María Calvo Nodarse (Macorina), Mercedes Riba, La Avellaneda, Rosa Luxemburgo, Valentina Tereshkova, Marie Curie...
Las mujeres tienen la capacidad innata de crecerse sobre sí mismas. Saben sortear, magistralmente, las situaciones más difíciles. Le imprimen un sabor especial a cuanto hacen, sin auxilio ni asesoramientos.
Las nuestras, en particular, han jugado, en todos los frentes, un papel principalísimo desde los tiempos fundacionales. Llegado el momento, condujeron un auto cuando hacerlo era una novedad, montaron sobre un tanque, batieron mezcla y cazaron cocodrilos; eso para no hablar de los tantísimos pasajes en los cuales han tenido un fusil como el mejor de los compañeros de caminos.
Se me antoja pensar que las nuestras de la Patria chica, las capitalinas en particular –las nacidas y las aplatanadas–, como los mejores bardos, piensan y hacen en azul, por sensibles, delicadas, seductoras, delicadísimas, también batalladoras, en el perenne e inamovible afán de crecer y ascender no para derrotar al compañero, sino con el ánimo –sano y transparente– de acompañarle asidos de la mano, en el largo y tortuoso camino de la existencia humana.
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