Estoy absolutamente convencido de que nadie podría tener mayores ni más violentos e irascibles enemigos, ni aliados fecundos que el amor. Así ha ocurrido desde el principio de los tiempos. “¿Cómo si estás hecha de nostalgia lo eres todo? / Y si eres todo amor ¿por qué ansías en lo oscuro que yo mire y desee tu belleza?”.
Así de profundo escribió Cintio Vitier a su amada. El hombre que nació un 25 de septiembre de 1921, en Cayo Hueso, Estados Unidos y llegó a convertirse, perpetuamente, entre los más significativos escritores cubanos de todos los tiempos.
Quien inició sus estudios en un colegio de Matanzas fundado por su padre, también escritor y educador, como si el retoño bebiera de la savia, en sus raíces, hasta florecer hecho árbol del ejemplo paterno.
En 1935 llega a La Habana y estudia en el colegio La Luz. Comenzó su actividad literaria a los 16 años y su primer libro de poemas fue publicado en 1938. En los años de la década del 40, forma parte del grupo “Orígenes”, encabezado por el prestigioso e imprescindible intelectual José Lezama Lima. Entre 1947 y 1961 ejerció como profesor de francés en la Escuela Normal para maestros de La Habana.
En la Universidad de Las Villas fue profesor de literatura cubana e hispanoamericana y director del Departamento de Estudios Hispánicos, entre 1959 y 1960. En 1959 dirigió además la revista Nuestra Revista Cubana. Director de la revista de la Biblioteca Nacional José Martí en 1962, del Anuario Martiano entre 1968 y 1972 y de la Sala Martí de la biblioteca entre 1968 y 1973 y después laboró en el Centro de Estudios
Martianos, donde su legado intacto espera para quienes se dedican a estudiar la obra y vida de nuestro Héroe Nacional.
Su obra poética ha sido catalogada como una de las más significativas de la literatura cubana del siglo XX. Su labor como crítico y ensayista revela un pensamiento que entronca con el de figuras claves de la nacionalidad cubana como Félix Varela y José de la Luz y Caballero.
A Fina García Marruz, la amada escribe: "Ahora que empieza a caer, del cielo/ de nuestra vida, que sólo nosotros podemos ver,/ profundo, estrellado, carne y alma nuestra,/ ese polvillo sagaz en tu nocturno pelo,/ (…) junto a tus labios que han dicho todas las palabras que adoro,/ las huellas del tránsito de nuestra juventud,/ ahora, lleno de un fuego y de un peso de amor que desconocía/ porque estábamos engendrándolo secretamente en nuestro corazón/ y es algo mucho más terrible y precioso que el amor (…),/para siempre".
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