Transcurría el mes de julio de 1953 y la Isla vivía una de las dictaduras más horrendas de la década de los años 50 del siglo XX, la protagonizada por el militar golpista, Fulgencio Batista.
El movimiento revolucionario, liderado por el Comandante en Jefe Fidel Castro, organizó una acción contra el régimen sanguinario de turno para mostrar la inquebrantable decisión del pueblo de derrocar la impuesta tiranía; esa que trajo consigo una profunda crisis en las instituciones políticas a partir del 10 de marzo de 1952 con el Golpe de Estado e incrementó desde entonces la pobreza extrema y los graves problemas sociales, (con precarios e inexistentes servicios de salud, educación y empleo) contribuyendo a un contexto de desesperación y frustración en la mayoría de las familias cubanas.
Los combatientes del Movimiento tenían como objetivo esencial fomentar la lucha armada hasta alcanzar el derrocamiento del dictador. La Generación del Centenario, como se denominó a los jóvenes que entonces luchaban contra la ilegal administración de turno, tenían la determinación de rendir honor al Apóstol en el aniversario 100 de su natalicio.
En la mañana de la Santa Ana, un grupo de 135 revolucionarios divididos en tres columnas de combatientes se dirigieron, unos hacia la fortaleza del Moncada con Fidel al frente, otros con Abel Santamaría, segundo jefe del movimiento y con Raúl Castro hacia al Hospital Civil y Palacio de Justicia, (lugar este último desde donde se prevía apoyar la principal acción), y el resto se encaminó hacia el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo; todos en su conjunto determinados a defender la Patria.

Antes de acudir al heroico acontecimiento, se dio lectura al Manifiesto del Moncada redactado por el poeta Raúl Gómez García bajo indicaciones de Fidel. Esos versos pasarían a la historia con la frase “Ya estamos en combate”, y también conmovieron a los presentes las palabras expuestas por el máximo líder momentos antes de partir a la batalla:
"Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos, pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante...”
Sin embargo, a pesar de la valentía y el profundo sentido patriótico de los moncadistas, no fue posible lograr el objetivo militar de toma de las fortalezas; no solo falló el factor sorpresa, sino además el enemigo estaba reforzado en armas, y cantidad de efectivos muy superiores.
A partir del suceso, el régimen batistiano respondió con una feroz represión, ordenando eliminar a diez revolucionarios por cada soldado; fue toda una masacre la instituida contra los jóvenes sobrevivientes, siendo la mayoría asesinados en horas posteriores, y otros detenidos luego de una cacería incesante. Más de cuarenta combatientes murieron, gran parte de masacrados estando aún heridos y vivos.
No obstante, aunque no se logró el propósito de la acción, el hecho tuvo gran trascendencia política e histórica, y es considerado una victoria estratégica al mostrar el camino de un proyecto emancipador, de liberación, orientado a conquistar la plena independencia.

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