“El que no sabe honrar a los grandes,
no es digno de descender de ellos.
Honrar héroes, los hace"
(José Martí, 1 de mayo de 1883)
Cualquier día es propicio para recordar y honrar a Martí, eso me enseñó mi abuela, aquella tutora de mi fe martiana, la que me regaló las obras completas del Apóstol cuando aún no culminaba mis estudios primarios, la que desarrolló mi amor por la lectura, por la historia y por los héroes de la Patria.
Es cierto que todos los días son propicios para recordarle, pero hay algunos en los que ese sentimiento los llevo a flor de piel, hoy es uno de ellos. Quiso el destino, curiosa y coincidentemente, que en medio de mi trabajo de asesoría a los territorios en el enfrentamiento a la epidemia de COVID-19 estuviera el día de su natalicio en el mausoleo donde reposan sus restos en Santa Ifigenia y el día de su muerte en su casa natal de la calle Paula en La Habana Vieja.
Soy un bendecido en tiempos de COVID-19, he tenido la oportunidad de cumplir con una de las máximas martianas que me enseñó mi abuela: Un hombre debe estar ahí donde es más útil, de sentir el regocijo inmenso de ver el resultado de ese trabajo en la situación epidemiológica en diferentes territorios del país y, de manera muy especial, la posibilidad de cumplir mis sueños de niño de hacer una parte de la ruta histórica de Martí.
He podido sentir el estremecimiento que solo es capaz de dejarnos en la piel la entrada a su mausoleo, ese que guarda sus restos mortales, de ver cómo cae la hoja de la carta inconclusa desde esa estatua inigualable entre los pilotes de granito que lo conforman.


El guía nos relata con orgullo cada detalle del mausoleo, de los entierros que tuvo el Héroe Nacional y nos lleva hasta el castillo donde reposaron sus restos mientras se edificaba el mausoleo.

Sacaba cuentas de la necesidad de continuar esta ruta martiana en tierra santiaguera cuando aún no estaba seguro de cumplir mis otros sueños. He sentido el sol en mi frente en el lugar de aquella sabana fatídica donde no pudo terminar de escribir su carta al amigo mexicano Manuel Mercado y devenida en testamento político para la nación cubana. Sentí que podía viajar en el tiempo, mientras me detengo frente al obelisco que marca el lugar donde cayó en combate “el genio más grande que ha nacido en América”, al decir de su adversario Ximénez de Sandoval cuando rechazaba el título de Marqués de Dos Ríos agregando que “lo de Dos Ríos no fue una victoria…”.


He tenido el privilegio de aventurarme a través de terraplenes y cañaverales hasta llegar al sitio en el cual los guardianes del corazón de la patria me explican orgullosos que custodian el lugar donde lo sepultaron por vez primera y quedaron, en tierra cubana, germinando, las vísceras del más grande de los cubanos.

Me han enseñado con modestia y orgullo en el poblado de San Luis, que ese busto -con una imagen diferente a la habitual- nos muestra el paso de la figura inerte del Maestro por el terreno que, a la sombra del centenario árbol que me cobijó, depositaron los españoles el ataúd del Apóstol mientras esperaban el tren que lo conduciría a Santiago de Cuba.

He visitado con amigos el sitio del último encuentro de los tres grandes de la guerra de independencia, mientras cruzo la cerca que une los muros de piedra de la enigmática finca La mejorana; no puedo dejar de preguntarme los pormenores que los diarios y libros recogen de aquella reunión, de la triste despedida de aquel día y del memorable pase de revista del día siguiente.

Me quedaron pendientes algunos lugares por visitar de la ruta martiana en el oriente cubano, quizás la prioridad la coloco en las arenas de Playitas de Cajobabo, aquel mágico lugar donde se sintió realizado aquella noche y es que siempre busco algún asidero que me recree lo que he leído en los tantos libros que me acompañan, en especial su diario de campaña.
Hoy es 27 de mayo y la historia lo recoge como un día triste para todos los cubanos, ese día fue sepultado en la zona pobre de Santa Ifigenia el apóstol de la independencia y el más grande pensador de todos los cubanos. Un día como hoy no puede pasar inadvertido y le comento a un amigo que no me puedo ir sin al menos pasar por su casa natal.

También quiso el azar o el destino que visitara en el día de hoy un vacunatorio ubicado a escasos metros de la humilde y luminosa casita de la calle Paula, donde nació Martí, en su exterior una tarja que nos indica que esa escuela lleva el nombre de aquel que amó la entereza y humildad desde su alma, el mismo que como reza en las breves palabras jamás expresaría “una protesta contra esa austera vida mía que privó a la suya de la comodidad de la vejez”.
Soy un afortunado por amar lo que hago, por haber tenido una abuela que me enseñó a amar a Martí, por tener amigos que hicieron posible que cumpliera aquellos lejanos sueños de niño, por vivir el misterio de la grandeza de Martí en cada paso que doy a diario y por tener claro esa máxima martiana que me une a mi Patria: “Decid que está enfermo de muerte, el pueblo que no cultiva filialmente los laureles que dan sombra a la tumba de sus héroes”.
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