Este 6 de febrero se conmemoró el natalicio de uno de los más auténticos ejemplos de cubanos, capitalino sin par, hijo pródigo de Diez de Octubre: Camilo Cienfuegos. En su corta vida, se forjó la leyenda que trasciende el tiempo, y que a 89 años de su nacimiento sigue siendo ejemplo.
Vio la luz en 1932 en Lawton, de familia de emigrantes españoles que le inculcaron verticales concepciones de justicia, se sumó a luchar contra la tiranía de Batista. También ingresó a la Academia de San Alejandro, pero por falta de recursos no pudo continuar.
Rápidamente fichado por los órganos represivos, decide salir del país buscando mejoras económicas. En Nueva York conoce del movimiento encabezado por Fidel Castro en México, y hacia allí parte intentando sumarse al proyecto. Figuró entre los 82 combatientes del yate Granma.
Desde el inicio de la contienda, resalta por la valentía que demuestra en el combate y las misiones cumplidas a las órdenes de los principales jefes, es ascendido a Comandante en abril de 1958, y posteriormente se le entrega el mando de la columna No. 2 Antonio Maceo, que debía reeditar la Invasión a Occidente que antes hiciera el Titán de Bronce.
En esta misión es cuando ya su nombre empieza a tomar tintes de leyenda, convirtiéndose en el Señor de la Vanguardia y el Héroe de Yaguajay, apelativos por los cuales también es conocido. Pero esa aureola legendaria no debe hacernos olvidar que era un cubano nato, en toda la extensión de la palabra.
Aficionado al béisbol, jugó campeonatos intercolegiales y, posterior al triunfo de la Revolución, participó en famosos encuentros de exhibición, pronunciando su famosa frase: “Contra Fidel, ni en la pelota”.
Y como todo joven, también tuvo amores, unos cuantos, que demuestran que hasta el héroe más grande es de carne y hueso. Allí están Paquita, su primera enamorada, a la que fue a ver antes de casarse con Isabel Blandón y que, si le hubiera dicho que no se casara, lo hubiese dejado. También su amor del Escambray, Rosalba, de la que la vorágine de construir un nuevo país los separó. Pero sobre todo, el amor a esa causa mayor, la Patria, a la que dio su vida con apenas 27 años, y por la que nunca perdió la sonrisa que nos sigue acompañando.
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