“No luchamos por gloria ni honores; 

luchamos por ideas que consideramos justas, 

a las que, como herederos de una larga lista de ejemplos, 

millones de cubanos han consagrado su juventud y su vida”

(Fidel, Constitución de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional)

 

En febrero de 2006, el ex oficial de operaciones clandestinas de la CIA, Philip Agee, declaró, en entrevista al diario cubano Juventud Rebelde:

“Desde hace unos años he dicho que este no es un país normal. Cuba es una nación en guerra y ha sido así desde 1959 o antes si se cuenta la lucha contra Batista. Es una obra en progreso, cambiando constantemente y eso es lo que resulta fascinante”.

Las palabras de este militar de inteligencia, entrenado para llevar a cabo operaciones especiales encubiertas contra Cuba y otras naciones, definía la profundidad de la estrategia del gobierno de Estados Unidos en su proyección de mantener una guerra encubierta con el objetivo de destruir la Revolución del pueblo en la Mayor de las Antillas. 

Por supuesto, el término terrorismo de estado, apoyado por diferentes administraciones norteamericanas, específicamente, contra Cuba, no es nuevo. En 1823, el entonces secretario de Estado y posterior presidente de Estados Unidos, John Quincy Adams, había formulado la doctrina de “la fruta madura”. Desde entonces, hasta la fecha, Washington, no ha cesado sus agresiones contra nuestro país. 

EL SABOTAJE AL VAPOR LA COUBRE

Aquel primer estruendo sacudió los cimientos de los alrededores del antiguo muelle de la Pan American Docks. El buque se escoró herido de muerte. Sobre la cubierta, fragmentos y cuerpos de las primeras víctimas sorprendieron a los hombres que extraían la carga de La Coubre. Trece minutos después de las 3:10 p.m., del día 4 de marzo de 1960, la segunda explosión estremeció La Habana. Los hombres reunidos con el Che en el edificio del antiguo Instituto Nacional de Reforma Agraria (actual sede del Minfar), observaron la siniestra nube de humo en la zona del puerto y salieron en dirección al lugar.

El buque francés, procedente de Amberes, Bélgica, saboteado por la CIA, demostraba la declaración de guerra encubierta del gobierno de Estados Unidos para destruir la Revolución que iniciaba el pueblo de Cuba y la continuidad de estos ataques directos, como preludio de la invasión mercenaria (Playa Girón), con el apoyo de gobiernos aliados de Washington.

Sobre la Avenida del Puerto, las ambulancias y carros de bomberos apenas podían abrirse paso en medio del escenario dantesco; el olor de la sangre vertida; el sonido de las sirenas; las voces de los heridos; la gente que acudía para socorrer en medio de las advertencias de nuevas detonaciones y Fidel…, allí, siempre en la vanguardia, junto a los Comandantes Raúl, Almeida, Ramiro, Ameijeiras, el Comisionado José Llanusa… En la Oficina Oval de la Casa Blanca, el presidente Dwight D. Eisenhower estaba pendiente de los reportes del señor Allen Dulles, director de la CIA, consciente de la magnitud de un acto terrorista que implicaba a su gobierno. En sus posteriores memorias lo confirmó:

“En cuestión de semanas, después que Fidel Castro entrara en La Habana, nosotros, en el gobierno, comenzamos a examinar las medidas que podrían ser efectivas para reprimirlo”. Incluso, su vicepresidente, Richard Nixon, escribió a propósito del encuentro con Fidel, en abril de 1959: “Me convertí en un abanderado en propugnar acciones para derrocarlo”.

Pero no se trataba de eliminar físicamente al que se convirtió, por derecho, en el Líder histórico de la Revolución cubana y su nombre en pueblo, sino a las ideas que colocaban a Cuba en el camino de la independencia y soberanía absoluta del imperio.

Al día siguiente, 5 de marzo, Fidel expresó el sentir de todos los cubanos –al denunciar a los autores del crimen y ratificar la decisión inquebrantable de continuar adelante con la Revolución–, por grandes que fueran los peligros y las dificultades.

Allí, profundamente indignado, el pueblo de Cuba escuchó y gritó, por primera vez, en una sola voz y para siempre, la consigna: “Patria o Muerte”, símbolo de resistencia, voluntad y decisión de lucha que mantiene plena vigencia hasta el presente.

Esta razón obliga al Estado cubano a mantener su capacidad defensiva frente a todo tipo de agresión y, en este sentido, incluye las distintas variantes de ataques empleados contra Cuba, durante todos estos años de manera encubierta y directa como es el caso de la guerra mediática a través de las nuevas tecnologías de la información en el ciberespacio.

Fidel en su intervención, durante la Sesión de la Constitución de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, expresaba:

“En octubre de 1962, la nación estuvo a punto de convertirse en campo de batalla nuclear. Un año y medio antes, en abril de 1961, una expedición mercenaria entrenada, armada y escoltada por la Marina de Estados Unidos, desembarcó en Bahía de Cochinos y estuvo a punto de provocar una sangrienta guerra que habría costado a los invasores norteamericanos cientos de miles de vidas —lo afirmo sin exageración— y a nuestro país, destrucción y pérdidas humanas realmente incalculables.

Poseíamos entonces alrededor de cuatrocientas mil armas y sabíamos cómo usarlas. En menos de 72 horas el fulminante contraataque revolucionario evitó aquella tragedia, tanto a Cuba, como al pueblo de Estados Unidos”. (Fin de la cita)

El  5 de marzo de 1980, La Constitución de la República de Cuba hizo el análisis de las cuestiones relacionadas con la Defensa Nacional. Los diputados señalaban que uno de los propósitos de las agresiones del gobierno de Estados Unidos contra nuestra nación, puede observarse en las actividades subversivas encaminadas a desacreditar a la Revolución, dentro y fuera del país, incluso a expresar abierto apoyo a grupúsculos de mercenarios que, con sus acciones anticonstitucionales, violan los derechos soberanos establecidos para garantizar la defensa e integridad del sistema social apoyado por el pueblo, en nuestro país.

Los precedentes históricos de la defensa nacional establecen las bases para su inclusión en la Constitución de la República, teniendo en cuenta que las variantes de la guerra imperialista, desarrollada a partir de las nuevas tecnologías, incluyen plataformas ciberespaciales y una División Ciberespacial, bajo el mando del Pentágono, para condicionar una dinámica eficaz en cada uno de los acontecimientos bélicos que provoca Washington en todo el mundo.