Ha transcurrido seis décadas, pero al rememorar los hechos todavía desgarran las imágenes. Sobrecogen el alma los heridos y los muertos; duelen y le duele hondo a las viudas, huérfanos, a la madre que perdió al hijo, incluso hasta el compatriota que nació después. Ha pasado tiempo, quienes quieren el olvido creen que es suficiente; pero no, no habrá espacio a la desmemoria: El pueblo víctima aun siente la punzada hiriente, allí donde más duele.

La explosión del vapor francés La Coubre, consumada el 4 de marzo de 1960, ha sido uno de los actos terroristas más sangrientos cometidos contra Cuba, fue un primer asomo en la ya abultada lista de acciones de terrorismo de estado perpetrado por Washington contra la Isla; un vil zarpazo que costó casi un centenar de muerto –incluidos muchos desaparecidos-, 400 heridos –entre quienes quedaron algunos imposibilitados de por vida-, 80 niños que perdieron para siempre el gratificante sabor de la caricia del padre y cuantiosas pérdidas materiales.

Todo muy bien urdido en el propósito de amedrentar, aterrorizar con muerte, aniquilar hombres como si fueran moscas. Una primera sorpresiva explosión que -dada la circunstancias- causa muchas víctimas. Luego otra, llamada a multiplicar el genocidio, entre los seguros socorristas. ¡Qué horror!

Aún en la Mayor de las Antillas no hablábamos de socialismo ni comerciábamos fuerte con la Unión Soviética; pero en cambio ya sabíamos de pan, justicia y libertad; y amenazadas las conquistas dábamos además los primeros pasos para armarnos y defenderlas. Ese, no otro, fue el delito que molestó a la fiera “amo”, y lanzó el zarpazo.

Paradojas que tiene la vida, desde ese mismo puerto un día partieron hombres, melaza, fondos monetarios hacia lo que hoy es la gran nación norteña, en ayuda a los patriotas que luchaban por la independencia de las Trece Colonias. Sin embargo, luego nos pagaron con la ingratitud. No por gusto la Historia recoge el gesto altruista con el nombre de la Ayuda olvidada.

Hay, sin embargo, otro contrasentido de singularidad más relevante: el enemigo tenía la certeza de que iba a amedrentar, pero en el sepelio de las víctimas, la decisión irrevocable del pueblo quedó sellada en la voz del líder: ¡Patria o Muerte!