Industriales ha vuelto a sacudir la temporada. Los felinos, cuando el calendario regular se va acercando a su último tercio de competencia, se mantienen firmes en el pelotón de vanguardia de la 64 Serie Nacional de Béisbol.

La tropa de Guillermo Carmona firma una campaña que, por momentos, parece anunciar el amanecer que la afición azul lleva más de tres lustros esperando. Pero, aunque las gaviotas vuelen bajo y el viento sople a favor, aún es temprano para hablar de coronas.

Es cierto que este Industriales tiene argumentos, y no pocos. El cuerpo de lanzadores, tantas veces señalado en ediciones recientes, hoy se erige como un pilar insospechado.    En una liga donde la irregularidad suele dictar sentencia, los serpentineros capitalinos han impuesto su ley: rectas por encima de la media y roles definidos con la claridad de un guion bien escrito. Sin improvisaciones, sin sobresaltos. Una rareza en estos tiempos.

El tejido del equipo también presume renovación. Los jóvenes y los novatos, lejos de temerle al peso de las letras góticas, parecen alimentarse de ellas. Juegan suelto, con hambre, como si llevar ese nombre en el pecho fuese la llave para mover un motor interno que no admite dudas.

Al mismo tiempo, figuras recién llegadas de otras provincias —Ariel Sánchez, Yoangel La O— han encontrado en la alineación azul un escenario ideal para su protagonismo, redondeando un cuadro ofensivo de respeto.
Y como toda obra necesita su punto de equilibrio, también están los jugadores que han alcanzado la madurez deportiva, como Ángel Alfredo Hechavarría, que hoy camina por el diamante con la seguridad de quien sabe exactamente qué está haciendo.

A eso se suma una banca que no es segunda de nadie: peloteros de cambio capaces de sostener el paso, que han respondido cuando las lesiones y enfermedades atacaron las filas habaneras. Esa profundidad evitó caídas que otros equipos no pudieron esquivar. La dirección, curtida en varias contiendas y habituada al rigor de los playoffs, aporta el aplomo necesario. Carmona y su cuerpo técnico han logrado que Industriales vuelva a jugar como un conjunto que entiende su propia historia: el máximo ganador del béisbol cubano, el equipo que llena estadios, el que despierta debates en barberías, colas y balcones.

Esa es la herencia que cargan… y que también los impulsa. Pero, para que el relato sea completo, hay que mirar el otro lado del lente. No todo será tan sencillo en el tramo final. Los Leones han enfrentado rivales diezmados por bajas de todo tipo, una circunstancia que puede cambiar radicalmente cuando llegue la postemporada.

Y lo que viene ahí no es un capítulo más, sino el verdadero conflicto central. Los refuerzos de cada conjunto pueden transformar jerarquías y, cuando la campana de los playoffs suena, hay equipos que sacan una motivación extra que ya se nota en su juego. Ni hablar de los Leñadores tuneros, que conocen el camino de los títulos recientes y saben sufrir, golpear y rematar cuando la presión quema.

Con todo y eso, el entusiasmo de la fanaticada es comprensible. Los azules se mantienen en la avanzada y su clasificación parece un trámite siguiendo la inercia actual. Pero el campeonato ni siquiera ha entrado en su último tercio: falta calle, falta sudor, falta tensión.

Es un viaje largo donde cualquier tropiezo puede cambiar el mapa. Por eso, aunque los fuegos artificiales ya se escuchan en el imaginario capitalino hace falta calma. Los jugadores no pueden permitirse el lujo de mirar demasiado lejos. Su misión sigue siendo la misma de siempre: concentrarse en el partido del día, en el turno de hoy, en el lanzamiento siguiente. Lo otro —lo soñado, lo que pesa, lo que emociona— llega solo si se sostiene la entrega cotidiana.

La ciudad está ilusionada, pero el béisbol, como las buenas películas, no revela su final hasta los últimos minutos. Nos vemos en el estadio.

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