Industriales no se rinde. Ni las lesiones, ni las fiebres que tumban cuerpos logran apagar el fuego azul que arde en el corazón del Cerro. Los Leones continúan rugiendo en la 64 Serie Nacional de Béisbol, aferrados a un sueño que no entiende de excusas ni resignaciones: regresar a la tierra prometida de la postemporada.
El camino no ha sido de pétalos, sino de espinas. Ausencias clave, dolencias persistentes y arbovirosis que han diezmado sus filas —como a casi todos los conjuntos del torneo— han puesto a prueba la profundidad del plantel capitalino. Pero ahí, justo en esa adversidad, ha emergido la virtud que distingue a Industriales de la mayoría de sus rivales: la banca.
Los sustitutos han respondido como veteranos, los novatos han mostrado temple y hambre, y a ninguno le ha pesado la camiseta de las letras góticas en el pecho.
Esa mezcla de audacia y compromiso explica por qué, al promediar la segunda mitad del calendario clasificatorio, los felinos se mantienen entre los tres primeros de la tabla, respirando el mismo aire que los Cachorros holguineros —llenos de fervor— y los Leñadores tuneros, campeones de las dos últimas ediciones.
Bajo el mando sereno de Guillermo Carmona, los capitalinos han sabido navegar en mares agitados, con la brújula fija en el horizonte del playoff. Mientras otros buques, como los Cocodrilos de Matanzas o las Avispas de Santiago de Cuba, parecen perder el rumbo tras el golpe de las bajas, Industriales sigue a flote, impulsado por el orgullo y la historia.
Pero los próximos días traerán tormentas. Las convocatorias de los lanzadores Pavel Hernández y Frank Herrera al equipo nacional restarán poder a la nave azul, y cada victoria costará más en un torneo marcado por la paridad. No obstante, las 25 sonrisas acumuladas en los primeros 40 partidos les dan un impulso sólido, una inercia suficiente para soñar con seguridad en uno de los ocho boletos de la postemporada.
Pavel, líder indiscutible del staff, se ha convertido en faro y guía desde el montículo, mientras Herrera es el guardián de las postrimerías, ese momento en que los nervios pesan más que las estadísticas. Entre ambos sostienen la esperanza de un equipo que ha aprendido a ganar sufriendo.
La ofensiva, sin ser de las más temibles del campeonato, encuentra luz en los maderos de dos gladiadores: el joven Ángel Alfredo Hechavarría, que ha explotado esta campaña hasta rozar las puertas del equipo Cuba, y el incansable Ariel Sánchez, heredero de una dinastía matancera que honra cada turno al bate.
Hechavarría simboliza el futuro; Sánchez, la sabiduría del oficio. Juntos, sostienen el pulso del ataque capitalino con la constancia de quienes entienden que el béisbol también se gana con corazón.
Sin embargo, la épica de Industriales este año no se mide solo en números. Según pudo constatar Tribuna de La Habana, varios peloteros que sufrieron los embates del virus que recorre la Isla siguen jugando con dolores en las articulaciones, con las secuelas de antiguas lesiones, pero sin bajar la cabeza. En ellos vive el espíritu del león: rugir aun herido, pelear aun cansado.
Porque Industriales es más que un equipo: es un símbolo, una llama que divide pasiones y une corazones. Es el conjunto más amado y odiado, el más mediático, el que hace vibrar estadios y plazas, aunque hace ya tres lustros que no levanta una corona.
Cada vez que un azul pisa el diamante, lleva sobre los hombros el peso de la historia, pero también el empuje de miles de aficionados que, desde cualquier rincón del país, siguen creyendo.
Hoy, en medio de las sombras, los Leones mantienen viva la luz, y mientras el rugido resuene en el Latinoamericano, La Habana sabrá que no todo está perdido, que sus muchachos lo están dando todo, que aún hay motivos para soñar.
Porque en este equipo no hay espacio para el desaliento: solo para la fe azul, la que no se apaga, la que vuelve a encenderse cada vez que el sol cae sobre el diamante. Nos vemos en el estadio.
Ver además:

![[impreso]](/file/ultimo/ultimaedicion.jpg?1762637263)