En el béisbol, como en la vida, los silencios también hablan. Y en el estadio Latinoamericano —ese templo donde por décadas ha retumbado el rugido azul— últimamente se escuchan más los ecos que los aplausos.

Los Industriales de La Habana, dirigidos por Guillermo Carmona, comenzaron la 64 Serie Nacional con autoridad, pero el segundo tercio del torneo los encontró en terreno movedizo, con una racha de derrotas en casa frente a los Gallos de Sancti Spíritus que encendió las alarmas.

No se trata de dramatizar —porque aún conservan un puesto de privilegio y la clasificación parece al alcance—, sino de advertir sobre los peligros de los bajones cualitativos en un campeonato tan nivelado.

Aquí no hay enemigos pequeños, y esa es precisamente la trampa: confiarse, mirar hacia abajo y tropezar con el primer rival que muestre más hambre que talento.

Y ahí, en esa palabra —hambre—, se detiene esta reflexión. A veces da la impresión de que a los Leones les falta esa chispa interior, esa ferocidad que distingue a los equipos destinados a pelear por el trono.

Un día vencen al más fuerte con una mezcla de clase y coraje, y al siguiente caen frente a un novato que apenas ha sentido el peso del montículo. Esas oscilaciones, que ya son parte de su historia reciente, explican en buena medida la prolongada sequía de títulos que arrastran desde hace más de tres lustros.

No hablamos de falta de calidad. El plantel capitalino es uno de los más completos del país. Pero cuando el juego se tuerce y los bates se enfrían, parecen desvanecerse las estrategias alternativas y, sobre todo, la fortaleza mental.

El béisbol es un juego de pequeños detalles, y en ese territorio invisible de la psicología es donde más necesitan fortalecerse.

Carmona ha insistido en que la presencia del público se gana, y tiene razón. Sin embargo, incluso en los momentos de mejor desempeño, las gradas del Coloso del Cerro no han recuperado su antiguo bullicio.
Quizás sea el reflejo de una afición que espera más compromiso, más entrega, más emoción de su equipo.

Porque si algo distingue a los seguidores de Industriales es su conocimiento del juego y su exigencia, que no nace de la impaciencia, sino del amor.

Este no es un llamado a la crítica amarga, sino a la reacción. El torneo avanza hacia su ecuador y todavía hay tiempo para recomponer la ruta, ajustar las velas y devolverle al Latino su rugido.

Los Leones tienen historia, talento y corazón; solo necesitan reencontrarse con ese fuego que alguna vez los convirtió en leyenda.

A la afición, esa que tantas veces ha sido el jugador número diez, vale recordarle que en los momentos difíciles el aliento pesa tanto como un cuadrangular.

Criticar es válido, porque el béisbol se vive con pasión y criterio; pero también acompañar, porque el azul —como la esperanza— no se abandona nunca. Nos vemos en el estadio.

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