Por primera vez, el deporte cubano tiene una ley que lo abraza por completo. Un cuerpo legal robusto, moderno, inclusivo y profundamente cubano. Nació del debate, del estudio, de la historia. Pero, sobre todo, nació del compromiso de un país que ha hecho del deporte no solo un derecho, sino una bandera.
Esta norma —amplia, audaz, fundacional— coloca en un mismo plano a niños que patean una pelota en el barrio, a glorias olímpicas, a técnicos, árbitros, fisioterapeutas, investigadores y voluntarios. Están todos. Cuba les da un marco jurídico. Los reconoce, los protege y los impulsa.
Es una ley sin antecedentes en el ordenamiento legal nacional y no es exagerado decir que se trata de un hito. Porque por primera vez el sistema deportivo tiene una columna vertebral legal: con sus principios, su estructura, sus actores, sus derechos, sus deberes. Un sistema articulado que pone al Inder como órgano rector, pero que descentraliza funciones, reconoce nuevos actores económicos y abraza todas las formas posibles de la práctica física, desde la base comunitaria hasta la élite del alto rendimiento.
El texto, compuesto por 253 artículos, refleja lo que ha sido la práctica histórica del país, pero también incorpora lo que se sueña: el desarrollo tecnológico, la inteligencia artificial aplicada a la gestión deportiva, la transformación digital, el respeto ambiental y la ética antidopaje.
Hay en esta ley una voluntad de futuro. Reconoce a las glorias del pasado y proyecta al niño que hoy inicia en una escuelita deportiva. Hay un país entero pensando a largo plazo, organizando su músculo colectivo para seguir siendo referente en un mundo competitivo.
Se refuerzan estructuras olvidadas. Se rescatan las Pre-EIDE, se consolidan academias regionales, se articulan niveles de competencia con un enfoque inclusivo. Se protege legalmente a atletas activos y retirados. Se regula con claridad la participación en el extranjero, el patrocinio, la publicidad, las contrataciones. Se contemplan también las medidas organizativas y disciplinarias, no desde lo punitivo, sino desde la formación.
Pero más allá de su arquitectura técnica, esta ley tiene espíritu. Un alma profundamente martiana y fidelista. Respira justicia social, masividad, equidad, accesibilidad. Garantiza la gratuidad como principio. Integra la educación física escolar como parte esencial del proceso formativo. Y no excluye a nadie: personas con discapacidad, adultos mayores, privados de libertad, todos están contemplados.
Fue creada desde abajo. Escuchando. Más de 3 000 personas participaron en su construcción. Se debatió en escuelas, universidades, centros de entrenamiento, federaciones, ministerios, medios de comunicación. Se propusieron 400 cambios; se aceptaron 365. Eso habla de diálogo, de apertura, de validación popular.
Durante su análisis en el Parlamento, hubo palabras clave: "momento histórico", "herramienta imprescindible", "expresión de voluntad política", "derecho del pueblo" y apoyo de los que saben que esta ley será escudo para resistir y brújula para avanzar.
En un mundo donde el deporte se ha mercantilizado hasta perder su esencia, Cuba reafirma su camino: deporte como dignidad, como inclusión, como soberanía. Y lo hace no con consignas, sino con un instrumento legal de primer nivel.
No es casual que esta ley surja en un momento complejo del país. Es una respuesta desde la organización, desde el pensamiento estratégico, desde el consenso. Es una promesa convertida en papel, pero con vocación de movimiento. Porque en Cuba, el deporte no se escribe en los márgenes. Se escribe en mayúsculas. Se vive en presente y se proyecta en futuro.
Hoy, el deporte cubano ya no solo tiene historia. Tiene ley, tiene cuerpo y tiene voz propia en el entramado jurídico de la nación. Una voz que corre, salta, lucha y nunca se rinde, que nos une y que, como en el estadio, nos sigue haciendo vibrar.
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