Sentado en la banca del estadio Latinoamericano, con la mirada fija en un punto inexistente del horizonte, Saúl Ballester parecía sereno. Pero por dentro, un volcán rugía. Había perdido la final del VIII Torneo Nacional de Béisbol para menores de 23 años.

Sus Leones, que habían rugido con fiereza durante todo el torneo, fueron silenciados por los potros orientales de Granma en el último duelo. El marcador: un duro 5-0. Y sin embargo, aquella derrota no empañaba la historia que acababan de escribir.

«Comenzamos esto desde septiembre… Fue un trayecto complejo, pero los muchachos tenían deseos de jugar béisbol y lo han demostrado», dijo con voz pausada, casi como si aún hablara para sus peloteros. Porque ese equipo, más que un grupo de jóvenes promesas, fue una familia. Y él, su patriarca silencioso.
Ballester debutaba como director en una categoría que, aunque subvalorada por algunos, es el umbral mismo del Olimpo: la antesala de la Serie Nacional, el crisol donde se forjan los próximos ídolos. Y en ese escenario, llevó a los suyos a rozar la gloria.

Líderes indiscutibles del grupo A en la fase clasificatoria, los Leones capitalinos fueron superados en la final a tres juegos por unos Alazanes inspirados, guiados por un Alexei Ricardo monumental desde la lomita. Pero nadie puede negar que los hijos de Saúl lo dejaron todo.

«Ellos se han entregado al 101 por ciento. Aunque no era el pronóstico de los especialistas, porque La Habana hacía diez años que no estaba en una final, lograron el segundo mejor resultado histórico en esta categoría y estuvieron a las puertas del campeonato», afirmó. Sus palabras, más que lamento, destilan orgullo.

Y no es para menos. Lee Andy Plumas fue un titán desde el montículo. Fher Cejas, Giandy Gutiérrez, Misael Fonseca… todos nombres que comienzan a sonar con fuerza. En la ofensiva, Carlos Nieto y Andy de Armas se batieron como guerreros.

Dayron Miranda fue líder y hasta quienes comenzaron con el pie izquierdo, como Frank David González, encontraron redención en el camino. «El mérito es para ellos», repite Ballester, reacio a hablar de sí mismo.
Pero la historia exige justicia. Porque este hombre que hoy algunos descubren ha estado en las trincheras del béisbol capitalino por casi tres décadas.

Técnico incansable en la Academia Provincial. Jefe de cátedra. Formador de talentos. Entrenador de jardineros en aquel Industriales campeón de 2010 bajo Germán Mesa. «Siempre he estado a la sombra», admite con humildad, «pero llevo años trabajando para el béisbol, tratando que la capital esté en el lugar que se merece».

Y lo consiguió. Porque esta actuación —la mejor desde el título de 2015— fue también un renacimiento. Un mensaje claro: La Habana tiene futuro. Y ese futuro se está escribiendo con la letra firme de hombres como él.

Mientras la brisa de julio barre el polvo del estadio vacío, una última pregunta queda flotando: ¿Dirigiría algún día al equipo Industriales? Su respuesta, como todo en él, es mesurada y sabia: «Ese tipo de decisiones le competen a la Dirección de Deportes de La Habana y a la Comisión Provincial», declaró.

«Yo estoy donde realmente me necesiten. Siempre estoy dispuesto a apoyar y colaborar… Si algún día hace falta, quizás dé ese paso, pero hay que respetar a otros entrenadores con nivel, con responsabilidad, con criterio y conocimientos», agregó.

No hay promesa ni ambición desmedida. Solo la disposición serena del que ha sabido esperar, del que construye sin aspavientos, del que entiende que el béisbol —como la vida— se gana juego a juego, con sudor, respeto y alma.

Hoy no hay corona, pero hay legado. Y en el corazón del Latino, mientras el eco de la derrota se disipa, el nombre de Saúl Ballester comienza a retumbar con fuerza. Porque hay hombres que, aún en la sombra, iluminan el camino.

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