El estadio José Ramón Cepero despertará el próximo martes del letargo de la temporada regular, como un gigante que ruge ante la proximidad de la batalla de semifinales.

En el centro de todo, los Tigres de Ciego de Ávila afilan sus garras, dispuestos a reafirmar el dominio que los colocó en la cima de la Liga Élite del Béisbol Cubano.

Para ellos, el viaje hasta aquí ha sido una gesta inesperada. El sabor amargo de las bajas importantes se diluyó en cuanto las nuevas piezas encajaron, uniéndose a una máquina aceitada que desafió pronósticos y quebró expectativas.

Los Tigres no son un equipo de estridencias; son una entidad compacta y silenciosa, que acecha antes de dar el zarpazo letal. Los números hablan: un promedio de bateo discreto, pero suficiente para mantener la constancia, y un cuerpo de lanzadores que se convirtió en la muralla infranqueable, el único capaz de sostener un promedio de carreras limpias por debajo de cuatro.

La seguridad defensiva, segunda mejor del campeonato, es la barrera final que cualquier rival debe superar si pretende sobrevivir en el Cepero.

Los felinos avileños saben que la batalla será intensa, por eso optaron por reforzar sus líneas con dos piezas de peso: Yordanis Samón, un bateador probado en situaciones de presión, y Tailon Sánchez, cuya versatilidad en el cuadro aporta un equilibrio adicional.

A miles de kilómetros, en el célebre Coloso del Cerro, los Leones de Industriales miran el horizonte con un temple diferente. Han vivido de épicas y caídas, de momentos inolvidables que dejaron huella en la memoria de su afición.

Ahora, en el crepúsculo de una temporada plagada de contratiempos, sueñan con rugir más fuerte que sus contrarios en su propia cueva. Guillermo Carmona sabe que el favoritismo está en manos de los avileños, pero su semblante no refleja dudas, solo una determinación que se ha forjado en la adversidad con el recuerdo de otras series imposibles, de gestas que parecían inalcanzables hasta el último out.

A su lado, Alexander Malleta, el ex toletero héroe de mil batallas con la camiseta azul, trata de ver en el presente aquellos instantes gloriosos donde su madero fue la diferencia en noches de postemporada.

Sabe que la historia pesa, pero también que está por escribirse. Su tarea ahora es insuflar a los jóvenes ese ímpetu que lo caracterizó como jugador, esa furia incontrolable que convertía cualquier pitcheo en un desafío personal.

Mientras tanto, José Elosegui mantiene la mirada fija en la lista de lanzadores, calculando variantes, evaluando opciones. La ausencia de piezas claves ha trastocado el panorama, pero el veterano entrenador de pitcheo no se inmuta. La confianza en sus abridores —Pavel Hernández, Raymond Figueredo, Leodán Reyes y Hermes González— es sólida como una roca.

Los Leones han sumado dos piezas estratégicas: Andy Cosme, receptor de mano segura y voz de mando detrás del plato, y José Ángel García, el cerrador más fiable del béisbol cubano, cuya presencia en el bullpen promete tranquilidad en los finales apretados.

La expectativa se apodera de cada rincón de ambos estadios mientras los días avanzan lentamente hacia el día señalado. Esperan ansiosas las fanaticadas, reviviendo en su memoria los choques históricos entre estas dos manadas, tratando de adivinar cuál de los felinos será el primero en rugir en la cueva rival.

El graderío del Cepero, en unas pocas jornadas, se llenará de murmullos, de cábalas y pronósticos. En la cueva de los Tigres, los jugadores afinarán detalles, mientras en la banca visitante los Leones afilarán sus colmillos. Es una guerra de clanes felinos, donde el favoritismo no garantiza la gloria, y donde cada lanzamiento puede cambiar el rumbo de la serie.

La rivalidad histórica entre estos equipos es mucho más que números y estadísticas; es el choque de dos maneras de entender el béisbol, de dos filosofías que se enfrentan con la pasión que solo los clásicos pueden generar.

Esta vez, los Tigres buscan reafirmarse en su feudo, mientras los Leones sueñan con dar el zarpazo que sacuda los cimientos del favoritismo.

Las horas corren, el reloj se impone y el rugido de los fanáticos ya se escucha en la distancia. La batalla está a punto de comenzar, y el destino de ambas manadas depende de quién logre dominar la escena en este duelo de fieras. Nos vemos en el estadio.

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