Ya se están preparando los ocho ruedos a lo largo del país que acogerán los partidos de postemporada. Muy cerca están los cubanos de meterse en la boca de los dioses beisboleros para disfrutar de nuestro mayor espectáculo deportivo, escenario que inevitablemente lleva a un estado de éxtasis tanto a protagonistas como a espectadores.

Para llegar a los Playoffs los equipos han tenido que librar grandes batallas en el terreno de juego, dentro de un campeonato con deudas de calidad, pero con una paridad increíble entre la mayoría de los contendientes.

Basta ese ingrediente presente en el transcurso de la temporada para exacerbar las pasiones de los fieles en los graderíos y de los atletas en el campo, muchas veces sobrepasando los límites permisibles dentro de una sociedad civilizada.

Ahora, dentro de esa escenario fascinante donde se reparten títulos y medallas, se intensifica el fervor, el entusiasmo, y ese calor latino que nos envuelve, materiales que si no controlamos se pueden unir para crear entornos inflamables.

Las escenas que hemos podido apreciar en varias ocasiones durante esta campaña dignas de un circo romano, donde los actores vociferan, amenazan, protestan, hacen gestos obscenos, e incluso atacan a sus contrarios, muchas veces bajo la anuencia de sus directivos, son impermisibles y condenables. Como lo son las ofensas que se gestan en las tribunas, las agresiones verbales, y hasta físicas, que han sufrido en algún momento los árbitros, peloteros, y managers.

Esas burlas a este juego que no por gusto ha sido declarado Patrimonio Cultural de esta nación, son un atentado grande a los pilotes que lo sostienen, y los que verdaderamente amamos el béisbol, lo tenemos que censurar.

No hay tiempo ya para medidas profilácticas ni para charlas educativas. Aquellos que no pueden jugar agresivo y defender “a muerte” su camiseta sin respetar al adversario, esos que son incapaces de demostrar su calidad sin humillar, los groseros, los que no portan un ápice de ética y dan un ejemplo negativo a las nuevas generaciones, no pueden pisar un segundo más la maravillosa y mítica tierra de la postemporada.

Ya se pueden escuchar a lo lejos las fanfarrias y las congas. Los aficionados claro que van a llenar los estadios, van a hinchar por los suyos hasta el último minuto en un coro gigante, pero quieren ver un espectáculo digno que no abofeteé la dignidad y la honra, porque no somos un pueblo de salvajes como lo hemos demostrado a lo largo de la historia.

En el terreno tienen que respirar la ley y el orden, sin paños tibios ni parches, porque no solo estamos hablando de nuestro deporte nacional, está en juego ante el mundo nuestro carácter como nación. Nos vemos en el estadio.

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