Pocos imaginaron que a estas alturas del campeonato el equipo Industriales, ese de las letras góticas en la chamarreta y las doce coronas nacionales en sus vitrinas, estaría fuera de la zona de clasificación.
No es el momento ahora de entrar en análisis para encontrar las causas -que las hay- de esta actuación, de hacer leña -como hizo Las Tunas esta semana- con el árbol caído, y mucho menos de criticar a un cuerpo de dirección que ha tenido que lidiar contra muchos factores adversos desde el comienzo de la campaña (sin ánimo de justificar).
El tema hoy es otro, quizás subjetivo para muchos que no entienden lo que representa ese uniforme azul, no le dan importancia al carácter sagrado que tiene un equipo como este, ni han interiorizado lo que significa ese templo bendito que es el estadio Latinoamericano: el espíritu de Industriales.
Confieso que el pasado martes, cuando el lanzador Pedro Álvarez se encaramó en el montículo y lanzó dos tercios de juego con esa pasión y entrega que lo caracteriza, se me puso la carne de gallina y muchos recuerdos del pasado se amontonaron uno sobre otros, aquellos donde esos inmortales que hoy vemos en libros amarillentos, salían al ruedo a darlo todo como si fuera el último día de sus vidas.
Tengo constancia que muchos de los que hoy visten ese uniforme tienen una alta vergüenza deportiva, se desangran en la arcilla, y las derrotas las sienten como martillos en sus cabezas; pero hablamos de una personalidad grupal, de liderazgos en cualquier esquina de la banca, de la capacidad de levantarse, de ponerle el pecho a las balas, de recoger banderas del fango y arremeter contra los rivales, de ensuciarse, y de llorar para expulsar demonios si fuera necesario.
Industriales no es solo un equipo de pelota, es un santuario donde los aficionados oran y se pide todos los días por la salud de nuestro deporte nacional, es el lugar donde respira la historia y donde se puede ver el futuro a través de sus vitrales. Jugar en ese equipo, el más antiguo de nuestras Series Nacionales, es un gran privilegio y hay que, por obligación y respeto, mantener a cualquier precio ese espíritu que a través de tantos años han transmitido nuestros antepasados.
No admite esa afición ya impaciente luego de 12 años sin subir a lo más alto del podio, ninguna fórmula para alcanzar victorias que no tenga la pasión como su ingrediente principal. El espíritu de Industriales está ahí, en el aire del Coloso, debajo de cada silla, en cada esquina. Solo hay que aspirar y salir a batear o a lanzar pelotas. Nos vemos en el estadio.
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Boris, estoy de acuerdo 100% con usted. Admiro su trabajo y leo diariamente sus publicaciones. La entrega existe pero no es suficiente. Todos los equipos juegan contra Industriales como si estuvieran en play off, aunque estén en el lugar 16 y me parece que los nuestros no siempre lo hacen igual. En la subserie con Mayabeque nos sorprendió su empuje y no estuvimos a igual nivel. Lo mismo ocurre con todos, ellos ponen el conmutador en play off y nosotros jugamos normal. Otro problema que veo es la entrega fuera del terreno. Los lanzadores nuestros son jóvenes pero no inexpertos, están jugando desde los 9 años y algunos hasta en el extranjero, dicen que Changa se pasaba el día en su casa tirando pelotas a un cuadro para mejorar el control, ahora los mismos errores se repiten año tras año y no se ve mejora sustancial. Todos los equipos tienen problemas, pero usted ha definido uno muy imprtante y que no es palpable a simple vista.
Cada vez que voy al Latino voy temprano y el único que esta entrenando es PEDRO ALVAREZ felicidades te admiramos mucho los que sentimos esa pasión por Industriales
INDUSTRIALES, TE AMO, regálame una corona, porque entro en la tercera edad, cumplo dentro de poco 60 y ese regalo me haría muy feliz, porque nació mi primer nieto y quiero que cuando crezca decirle que el año en que nació industriales se coronó, quiero además ver sonreír a la Habana mía, ciudad amada que necesita de esa alegría.