Para los deportistas, en cualquier competencia internacional, ver alzarse hasta lo más alto del mástil la bandera de su país, al tiempo que escuchan las notas de su himno nacional, constituye un momento inolvidable como mismo lo es el regreso a su Patria, ese primer abrazo con familiares y amigos, el recuento, en la intimidad del hogar, de lo vivido durante la competencia.
Mucho más emocionante aún lo es cuando esa medalla se alcanza en el inicio de su carrera deportiva. En ese momento, el mundo parece no tener límites y el atleta comprende que su futuro solo depende de sus propios esfuerzos.
Sin embargo, el 6 de octubre de 1976, en breves minutos, las sonrisas de los 24 integrantes del equipo juvenil de esgrima de Cuba se borraron de sus rostros. Ellos, que regresaban a la Patria en el DC-8 de Cubana de Aviación que realizaba el vuelo CU-455, tras arrasar con todos los títulos puestos en disputa en el IV Campeonato Centroamericano y del Caribe de ese deporte, sintieron de pronto un estruendo.
Se había producido la primera de las dos explosiones que cegarían la vida de las 73 personas (57 cubanos, 11 guyaneses y cinco coreanos) a bordo del avión. Resulta imposible, siquiera, imaginar cómo fueron esos minutos de consternación. Pese a todos los esfuerzos realizados por los pilotos, el avión terminó precipitándose en el mar.
En cuestión de minutos quedaron sepultados los sueños, no solo de quienes viajaban allí, sino de los millones que habían seguido el accionar del equipo cubano de esgrima, de las familias y amigos de cada una de las personas a quienes ese día les fue arrancada la vida. Han pasado 45 años de tan atroz crimen y los cubanos sentimos todavía en el pecho un dolor intenso que no se puede calmar con el paso de los años.
Muchos de los que hoy vivimos no recordamos sus rostros, o los vemos difusos, ocultos por las nieblas del tiempo; sin embargo, todos tenemos en medio del pecho un lugar para cada uno de ellos, al convertirse en algo más que eternos campeones o en víctimas y transformase en denuncia perpetua del horror que el terrorismo de Estado puede causar en el mundo.
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