Movimientos pendulares, rapidez de piernas, cambios de guardia, alarde de reflejos, golpes precisos, y coraje criollo, fueron las armas que mostró Arlen López sobre el encerado de la Arena Kokugikan para que las puertas de la gloria se derribaran una vez más y los dioses del boxeo le dieran el título de campeón olímpico.
El guantanamero se proclamó así rey de los pesos semipesados de esta cita estival y sumó su segunda corona en estas lides, luego de subirse en lo más alto del podio en la versión de Rio de Janeiro hace cinco años en la división de los pesos medianos.

El también campeón mundial de Doha 2015 y doble titular panamericano, recibió el beneficio de los jueces en su combate final contra el británico Benjamín Whittaker, bronce en el Campeonato Mundial de 2019 y plata en la cita europea de ese mismo año.
La resurrección de López, después de un ciclo olímpico inestable donde varios expertos dudaron que pudiera imponer su talento a este nivel, es un premio al sacrificio y la valor de este joven que solo atinó a arrodillarse en el cuadrilátero al escuchar el veredicto final, para dejar escapar la presión y la tremenda alegría que representa entrar otra vez en los anales de la historia.

Fue la segunda presea aurea del “Buque insignia” del deporte cubano en el lejano oriente, válida para catapultar a Cuba hasta el puesto 13 del medallero general por países.
Ahora la cosecha de la delegación criolla es de cinco de oro, tres de plata y cuatro de bronce, y a falta de varias jornadas en el calendario, ya superó su actuación de Rio de Janeiro.
Vea también:
Ya es bicampeón olímpico El británico no hizo nada por ganar y eso posibilitó que el nuestro no tuviera que excederse