El gladiador perfecto llegó a Tokio, y el mismo cielo se puso de pie. El gigante de Herradura desafía los años, hace retroceder a sus rivales. Una y otra vez vence, La leyenda viviente va en busca de una hazaña con la que ni el mismo Hércules jamás soñó.

A sus espaldas, un reguero de espaldas vencidas, de contrarios que no aguantaron su furioso embate y le miran admirados, boquiabiertos, sin saber cómo es posible que los años no hagan mella en el gigante pinareño. Ni siquiera el turco Riza Kayaalp pudo frenarle, y Mijaín siguió su camino hacia el trono olímpico.

Mijaín López festeja su cuarto oro olímpico. Foto: Roberto Morejón

En la pelea final contra el gorgiano Iakobi Kajaia, no dio tregua para vencer 5-0 y terminar el torneo sin un solo punto en contra. En esa batalla final por su cuarta corona, Mijaín logró superar lo conseguido por otro legendario de la lucha, el mítico ruso Alexander Karelin, poseedor de tres cetros olímpicos (Seúl 1988, Barcelona 1992 y Atlanta 1996) y una plata en Sídney 2000.

Han sido cinco apariciones en el escenario olímpico las que ha tenido el gigante de herraduras, y salvo en la primera, en Atenas 2004, donde no pudo acceder al podio, en todas las demás se ha coronado. Ahora, en las puertas del Olimpo, se puede ver claramente el nombre de Mijaín, como un reconocimiento al que, sin dudarlo, se ha convertido en el gladiador perfecto.

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