Hace casi dos años en esta misma columna hablé de los refuerzos como un mal necesario en nuestro campeonato doméstico. En aquella oportunidad, la emigración de talentos y peloteros consagrados aún era una epidemia que laceraba la calidad de la serie, donde varias figuras jóvenes tenían que quemar etapas y desempeñarse en puestos de importancia dentro de sus conjuntos, algo que ponía en números rojos las estadísticas de las temporadas y dejaba un mal sabor en la boca de los aficionados.

Los equipos clasificados a la segunda parte de la contienda elegían varios refuerzos y de un plumazo fortalecían sus alineaciones y sus cuerpos de lanzadores para garantizar el espectáculo a costa del desarrollo de sus propios talentos, creando una imagen ficticia del trabajo deportivo de una provincia, mientras la fanaticada le ponía un asterisco a aquellos que alzaban el trofeo de campeones.

Estamos hablando del mayor espectáculo deportivo del país, y como muchas veces el fin justifica los medios, alzamos las manos para apoyar y darles la bienvenida a los peloteros de otros territorios que venían a poner parches momentáneos en nuestros equipos favoritos y a elevar la calidad del juego.

Nosotros los periodistas que siempre andamos por los pasillos de los estadios y tenemos “escuchas” detrás de las paredes de los camerinos, sabemos que todo no fue color de rosa. Atletas que no querían jugar en determinada provincia, otros que lo hacían por obligación y no se entregaban lo necesario sobre el campo, lesiones sospechosas, llamadas telefónicas y otros “cuentos de camino”; pudimos ver antes y después de estos procesos de selección, que se convertían en una verdadera lotería para los directores y muchas veces conspiraban contra la justicia, al afectar a las selecciones mejores ubicadas en la tabla de posiciones en la primera mitad del campeonato.

Ha pasado el tiempo, esa estructura donde más de la mitad de los equipos participantes se tenían que ir a casa después de 45 desafíos quedó atrás. La Comisión Nacional, encabezada por Ernesto Reinoso, abogó por un campeonato largo de al menos 75 encuentros pero siguió arrastrando el lastre de los refuerzos para la postemporada, algo que en esta ocasión no fue posible por el impacto de la pandemia del coronavirus.

Las condiciones han cambiado. Las contrataciones de nuestros peloteros para jugar en ligas profesionales foráneas han aumentado, como también ha crecido el interés de muchos de los que abandonaron el país en un momento determinado, de regresar a vestir los colores de sus equipos para jugar la Serie Nacional. Las emigraciones de atletas dejaron de ser masivas y aquellos que una vez quemaron etapas se han consagrado en el terreno.

Por primera vez en varios años tuvimos un campeón puro que con sus propias fuerzas derrotó a todos sus rivales. Nadie extrañó a los refuerzos y el espectáculo tuvo audiencias increíbles a pesar de los errores propios del nivel de nuestra serie y de los graderíos vacíos a causa de los protocolos sanitarios.

Peloteros que nunca tuvieron la posibilidad de jugar a causa de los refuerzos salieron a la grama y lo dieron todo, varios talentos tuvieron la oportunidad de demostrar su potencial, todos aquellos que se encargaron de llevar a sus equipos hasta la postemporada jamás se sintieron desplazados, y el manager campeón lloró después del último out porque sabía que su victoria era inmaculada después de tantos meses de trabajo.

Quiso el destino que los aficionados vivieran esto para que las teorías de los refuerzos se tambalearan y muchos amantes de este deporte pasaran al bando de los que las creen prescindibles. Estoy de acuerdo que cada provincia antes de iniciar la campaña gestione, para equilibrar sus fuerzas, dentro del marco de un reglamento renovado y solicite peloteros de otros territorios con carácter de préstamo por el bien de nuestro béisbol, pero creo que las condiciones están dadas para que los refuerzos al final de la temporada se eliminen por completo. Nos vemos en el estadio.

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