El Ballet Nacional de Cuba (BNC) presentará hasta el próximo 1ro de enero una temporada del ballet Don Quijote en homenaje al natalicio de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso. En este contexto, la solista Laura Kamila Rojas debutó en el rol de Kitri, construyendo desde el primer acto un personaje radiante y enérgico.
Rojas mostró la soltura que exige el rol, aunque en ocasiones su sensualidad se asemejó más a la de una Carmen que a la pícara hija del posadero Lorenzo. Para su desarrollo profesional, debería pulir elementos como sus gestos faciales. Esto le permitiría abordar personajes de registro dramático distinto —como una Giselle o una Odile— sin complicaciones, pues la bravura de una Myrtha, la gallardía de la Mercedes o la gracia de la gitana parece tenerlas ya bien avanzadas.
Su partenaire, el primer bailarín Yankiel Vázquez, fue un Basilio ameno, de soltura, combinando un humor bien medido con una técnica depurada que sostuvo su caracterización de galán simpático. La compenetración entre ambos fue notoria desde el inicio y transitó los tres actos con una complicidad escénica que hizo creíble su historia de amor, sosteniendo el hilo narrativo con profesionalidad.

Laura Kamila logró una diferenciación clara entre sus dos facetas: la Kitri terrenal y pícara de la plaza, y la Dulcinea etérea y soñada del segundo acto.
Técnicamente, en el primer acto enfrentó sus primeros desafíos con tendus en fleche óptimos en precisión, aunque en los sissonnes se limitó a marcarlos, quizás priorizando la conservación de energía. Es válido resaltar que, en los giros (pirouettes), la virtud estuvo más en la cantidad que en la calidad, recordando que en el intento por un virtuosismo desmedido pueden surgir las fallas.

Los personajes secundarios sostuvieron la trama con oficio. Carlos Lino, como el opulento Camacho, y Manuel Duque, como Lorenzo —padre de Kitri—, lograron una buena caracterización. Duque, en particular, adhirió todo lo necesario para el rol: comicidad y las posturas corporales arquetípicas de la versión coreográfica, lo que definió al personaje con claridad.
La solista Alianed Moreno debutó también en el rol de Mercedes. Aunque cumplió con la coreografía, se le recomienda incorporar más el carácter y gestos faciales que el personaje exige. Espada, interpretado por el también solista Luis Fernández, mostró junto a sus toreros la gallardía y paridad esperadas, un efecto lamentablemente empañado por las fallas orquestales.

En las escenas populares del primer y tercer acto, el conjunto mostró la energía, sincronización y carácter "español" requeridos. Sin embargo, es válido mencionar que durante las tres funciones los bailarines varones se notaron dispersos, como jugando entre sí, lo que generó pequeños retrasos e incidentes que rompieron momentáneamente la ilusión.
La transformación del segundo acto, de la taberna al sueño, fue efectiva y mágica, alejada de toda brusquedad. Este tránsito estuvo apoyado por una escenografía e iluminación óptimas. En este mundo onírico, el cuerpo de dríadas mostró una notable mejora respecto a la función del viernes, alcanzando una mayor pureza de líneas, homogeneidad y lirismo que lograron crear la atmósfera etérea que la escena exige.

La escenografía, el vestuario y la iluminación sumergieron al público en el espacio visual de la obra. Los telones del primer acto, la taberna y los molinos del segundo, y la posada final fueron ambientes bien definidos. Los vestuarios, de color claro y detalles de época en los actos primero y tercero, contrastaron con los tonos fríos y etéreos del sueño. Esta transición, apoyada por una iluminación acertada, logró transportar al espectador y crear ese espacio de ensueño que el propio Quijote de Cervantes imaginó.

La Orquesta Sinfónica del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, dirigida por el maestro Yhovani Duarte, no acompañó de forma óptima a los bailarines. Se registraron deficiencias técnicas notables, con desafinaciones y desbalances —especialmente perceptibles en viento y cuerda— que afectaron la claridad y precisión de la partitura. Se espera que estos aspectos mejoren en las próximas funciones para no opacar el trabajo desplegado en escena.

El espíritu de esta producción custodió y transmitió una tradición, más que buscar un efecto espectacular desmedido. Aunque en ocasiones Laura Kamila priorizó el virtuosismo individual, lo hizo siempre respetando los contornos de la versión coreográfica cubana estrenada el 6 de julio de 1988 en el Gran Teatro de La Habana, que marcó el debut de Don Quijote completo en la isla.
En conclusión, el debut de Laura Kamila Rojas como Kitri es prometedor. No fue una interpretación perfecta, pero sí una de esas actuaciones llenas de coraje. Si continúa trabajando con la misma entrega y enfoca su talento en el dibujo fino de la intención dramática, no hay duda de que podrá transitar, sin complicaciones, de la picardía de Kitri a la profundidad de los grandes roles románticos y clásicos. El público, testigo de su energía, seguro aguardará con interés sus próximos pasos.
Ver además:
La solidaridad y nuevos talentos se unen en el Don Quijote del Ballet Nacional de Cuba

![[impreso]](/file/ultimo/ultimaedicion.jpg?1766697578)