El Conjunto Folklórico Nacional de Cuba demuestra, una vez más, por qué es la agrupación insignia para la preservación y divulgación de las tradiciones danzarias y musicales de la Isla.
Durante dos fines de semana, la compañía engalanó la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba con su temporada “Al ritmo de la herencia”. A través de un programa que fusionó cantos, bailes e historia, los bailarines lograron adentrar al público en su “Comunidad”.
En este viaje coreográfico, no solo cobraron vida los personajes de Afrekete y Gebioso, protagonistas del estreno de Ecos de Dahomei, sino que la función consiguió, sobre todo, acercarnos a la esencia de una herencia cultural viva, rindiendo un sentido homenaje a aquellas personas que aportaron tanto a esta tradición y que hoy son recordadas como seres de luz.
Desde el inicio, un elenco que integró a bailarines noveles y a otros ya consagrados demostró un sólido dominio técnico en la mayoría de los actos. Fue evidente la precisión de cada movimiento. Los pasos, generalmente bien definidos, con hombros que marcaban ritmos complejos con nitidez y deslices sobre la escena, se ejecutaban con una fluidez que parecía desafiar el cansancio. Más allá de la ejecución, la importancia de estas presentaciones también radicó en su capacidad para contar la historia patria y el clamor de una comunidad que se resistió a morir esclavizada.
Ese poder narrativo, que deviene en aprendizaje para el espectador, es quizá el mayor aporte que puede ofrecer cualquier compañía. La agrupación es capaz, entre muchas otras cosas, de tejer una historia coherente y absorbente mediante la danza, los cantos en lenguas africanas y la actuación. Este lenguaje escénico integral sumía al público en cada intervención, logrando una conexión emocional profunda, alabada fervientemente en varias ocasiones, incluso sin la necesidad de comprender el significado literal de cada rezo o canto.

En "Comunidad", la compañía logra transitar con soltura entre la danza teatral y la tradición de Cuba. Una muestra de ello fue el preludio de la “Danza de la Yuca”, una pieza que refleja un acto de carácter sexual y un tributo a la fertilidad. Los dúos de jóvenes que lo ejecutaron lo hicieron de una manera sutil, pero sugerente.
Es importante señalar un aspecto logístico que impacta en la experiencia del espectador. Es frecuente observar a los bailarines en las patas (laterales) del teatro esperando para salir a escena. Si bien es entendible, se recomienda tener cuidado con la proximidad innecesaria al escenario, donde las acciones son visibles para el público. Para mantener la magia de la función, es preferible que actividades como cambios de vestuario, meriendas o la imitación de los movimientos que realizan los compañeros en escena, se realicen en espacios más privados designados para ello, lejos de la mirada del público.
Un momento de particular emotividad fue la proyección de un video en homenaje a reconocidos íconos de la danza folclórica cubana ya fallecidos: Alfredo O’Farril, Zenaida Armenteros, Silvina Fabars y, de manera especial, al legendario Lázaro Ros, en el año de su centenario. Este tributo se enmarcó también dentro de las actividades por la Semana de la Cultura Cubana.
La nostalgia invadió la sala al recordar las voces y cuerpos emblemáticos que forjaron la leyenda del conjunto. Este contraste permitió apreciar, a su vez, a una compañía renovada que se esfuerza por mantener vivo el legado con un elenco joven que responde a la realidad cultural actual.
Ecos de Dahomei: un tributo
Enfocado en las danzas de la comunidad Arará, que aún mantiene sus tradiciones en la provincia de Matanzas, la compañía buscó salvaguardar el conocimiento y la herencia cultural que corre el riesgo de perderse.
La preparación para las presentaciones incluyó, según una entrevista concedida antes del estreno, un trabajo de campo directamente con quienes aún las practican. Se trata de comunidades donde creyentes, radicados principalmente en Matanzas, se reúnen de manera familiar y realizan diferentes rituales.
En Ecos de Dahomei, dos dioses, Gebioso y Afrekete, fueron los ejes centrales. Gebioso representa el volcán y el panteón de la tierra, mientras que Afrekete es la diosa de la pesca y la siembra. Estas deidades no solo son figuras, sino que simbolizan la conexión del pueblo con su entorno y su cultura.

Yohana Duzats y Julio César Orduñez Flóres, quienes interpretaron a Afrekete y Gebioso, respectivamente, demostraron una seguridad impecable. Sus ejecuciones evidenciaron a unos artistas que han asumido e interiorizado no solo su profesión, sino también el profundo estudio de la tradición que representan. Los suspiros de ambos y las miradas al vacío en escena no transmitían cansancio, sino un elemento coreográfico más que conectaba la danza folclórica con la esencia espiritual del baile Arará. Cada movimiento de hombro y desplazamiento en escena constituía un diálogo con los tambores que narraban una historia de fuerza y divinidad.
Junto al resto de los bailarines, lograron sumergir a los presentes en un estado de afinidad: seguían el ritmo con cantos espontáneos, movimientos desde sus asientos y aplausos a compás de la música. Con el impulso vital de la música en vivo, este segundo momento de la función se desarrolló en un ambiente de auténtica ceremonia compartida, donde la línea entre el escenario y la platea se volvió casi imperceptible.
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