Decía Martí que "los hombres deben hablar en versos a las mujeres / de rodillas y con un ramo de flores en la mano". Pero ver llorar a una sobresaliente, alejada por un instante de la armadura de sus puntas y el aura de sus tutús, es presenciar un temblor distinto, una rendición íntima y poderosa ante la emoción que lo inunda todo.

No es el llanto de una princesa de ballet, es el de una mujer que, tras una vida entera de disciplina férrea, permite que la gravedad, por una vez, le gane la partida.

Esa fue la escena en la entrega del Premio Nacional de Danza 2025 a Viengsay Valdés, donde la directora general y primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba recibió, una vez más, el reconocimiento de un país que adoptó la danza como fenómeno social.

Recibir el galardón no fue solo una reafirmación a su técnica prodigiosa, a esos fouettés que desafían la física con elegancia. Fue la consagración de una transición: de ser el relevo de la danza en la Isla a convertirse en su guardiana, en su faro. La bailarina que habitó los personajes ahora dirige el drama completo, con su elenco de sueños y urgencias.

Y así, entre alocuciones y aplausos, con un lenguaje de lágrimas, risas y abrazos que lo dijeron todo sin una palabra, Viengsay Valdés nos recordó el pasado lunes que la mayor grandeza no siempre se recita entre saltos y giros, sino en la creación de una familia.

Foto: Ramsés Valdés Hatman

Aunque el Premio Nacional de Danza es el mayor galardón, un honor que solo unas pocas manos han podido sostener, su verdadero peso no reside solo en la confluencia en el SÍ de instituciones culturales. Es, sobre todo, el clamor de su patria, los gritos de un público que, aunque distante a aquel del Lorca —que aplaudía con el corazón y avivaba sensaciones encontradas—, es cercano en la pasión visceral de quien siente la danza no como un espectáculo, sino como un latido compartido, un patrimonio cultural de nuestra nación.

El 28 de octubre es más que la fecha de creación del Ballet Alicia Alonso, hoy Ballet Nacional de Cuba. Es un día crucial, un relevé en el calendario que nos recuerda cuán cíclica, corta y sacrificada es la vida de los bailarines.

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