En el mundo del ballet cubano, algunos nombres resuenan con la fuerza de un legado. Laura Alonso es mucho más que la hija de dos grandes visionarios —Fernando y Alicia Alonso—; es la guardiana de una tradición.

Con una carrera dedicada no solo a interpretar, sino a transmitir y preservar, Laura encarna la unión indisoluble entre el pasado y el presente de la danza en Cuba.

La maître Laura comenta cuán retador pero apasionante fue interpretar a Bertha mientras su mamá hacía de Giselle, y alegaba cuán divertido era "mandarla", porque en la vida real siempre "era al revés". Las travesuras entre madre e hija no faltaron sobre el escenario. Sobran anécdotas, como la de La Fille Mal Gardée, cuando Laura llenó la regadera de su madre, y a esta no le quedó más que verter el agua sobre su compañero de baile. "Pero Giselle era intocable", relata Laura.

—¿Y por qué todo menos Giselle?

—Por ser una obra muy difícil técnicamente, y aún más la interpretación. No te puedes desconcentrar en lo que estás haciendo.

Laura Alonso. Foto: Xavier Llovet

—¿Cómo recuerda a su madre en ese personaje?

—Siempre me hacía llorar. La fragilidad humana que reflejaba, el dolor de una traición de amor... Ella hacía que todos sintieran una vulnerabilidad solo comparable a la de un pájaro herido. Podía romper corazones.

En el año 1964, bajo la dirección de Enrique Pineda Barnet, afamado director de cine cubano, se realizó la película Giselle, donde Laura Alonso desempeñó los roles de una de las amigas de la joven campesina y de una willi. A juicio de su director, "la película trata de fijar para el futuro la creación de Alicia Alonso y de su grupo en Giselle, […] además de llevar a cabo una labor de interpretación; es decir: deformar el ballet, convertirlo en un hecho artístico nuevo… y buscar en ella una coherencia con el cine".

Este profundo trabajo de mesa logró que en 1966 al Ballet Nacional de Cuba le fuera otorgado el Grand Prix de la Ville de París por su interpretación de este clásico del romanticismo en la danza.

Al preguntarle a Alonso sobre la vigencia de aquel trabajo escénico que los galardonó, revela que también lo aplicó con los actuales bailarines, construyéndoles a todos una personalidad que se adaptara a su rol y a sus reacciones. Enfatiza que este proceso de creación es fundamental para mantener la frescura y relevancia de la obra, permitiendo que cada intérprete aporte su esencia. De esta manera, no solo se preserva el legado del ballet, sino que también se enriquece con la individualidad de cada bailarín.

"Un bailarín no puede entrar a escena porque va a bailar y ya. Tienes que reflejar, y eso es lo que hace compleja a esta obra: una razón, una historia".

Sobre los principales retos al montar esta Giselle, comenta que, sin duda alguna, fue la producción. "Recuerda que Cuba está pasando una crisis económica. Todo se ha logrado con imaginación, porque eso es el teatro: pura magia".

Sobre la vigencia de la escuela cubana de ballet, método creado e internacionalizado por su familia, explica: "Todo en la vida tiene un desarrollo. Se llega a un punto y de ahí alguien tiene que continuar… tomar esa antorcha y seguir expandiendo y preservando el legado. La escuela cubana es nueva en comparación con las otras. Fue idea de mi tío, Alberto Alonso, pero mi padre, Fernando, usando a mamá, Alicia, de modelo, hizo una gran investigación junto al doctor Martínez Páez, agregando el desarrollo del deporte, y con eso conformaron una nueva metodología".

Mientras se le realizaba la entrevista, Laura Alonso se fijaba hasta en los más mínimos detalles a su alrededor. "Joven, ¿y ese bigote?", expresó mientras detenía a uno de los bailarines del cuerpo de baile. "No sería la primera vez que afeito a un bailarín en escena y a otras les quito el esmalte de uñas", afirmó.

—¿La presencia de sus padres estará en el escenario este fin de semana?

—Ellos siempre estarán conmigo dondequiera que yo esté. Así que sí, van a estar.

Patricia Hernández y Abraham Quiñones. Foto: Sebastián Miló

Abraham Quiñones lo deja claro desde el principio: subirá a escena a dejar su huella. A sus 35 años, este bailarín habanero, formado en la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso y fiel a la compañía desde su graduación, se enfrenta al mayor desafío de su carrera: debutar como Albrecht en Giselle.

Para Quiñones, este estreno personal dentro del general de la obra es un honor abrumador. “De por sí, el ballet Giselle es hermoso, me encanta su historia”, confiesa, pero no oculta sus exigencias. “Es un papel donde te hace demandar una buena técnica”. Sin embargo, la verdadera complejidad, asegura, reside en la parte interpretativa. Al tener que expresar varios tipos de sentimientos dentro de la trama que se va desarrollando, explica, refiriéndose al drástico viaje emocional de su personaje: de la liviandad engañosa del primer acto al dolor redentor del segundo.

Para construir este arco, Quiñones se ha sumergido en el personaje, viendo muchos videos de otros bailarines, citando a figuras cimeras del ballet clásico en Cuba como Jorge Esquivel y José Manuel Carreño. Pero más allá de la técnica, usa también como método la introspección: “Lo personalizo a mi manera, y siento las emociones”. Su Albrecht, por tanto, será una mezcla de tradición y verdad personal.

En este viaje no está solo. Comparte escenario con la primera bailarina Patricia Hernández, a quien define como ¨una compañera de años”. “Hemos compartido escenario durante muchos años. Nos conocemos la técnica. Sé cómo es ella en escena, entonces eso propicia una comunicamos óptima”.

Esa complicidad es crucial para la escena del segundo acto, un duelo de redención y amor más allá de la muerte que han trabajado con dedicación extrema.

A pesar de los roles protagónicos que ya tiene en su repertorio –El Lago de los Cisnes, El Corsario, Cascanueces–, Giselle ocupa un lugar especial. La define como “una obra cumbre” dentro de la cultura cubana y está convencido de su vigencia eterna gracias a “el frescor, la trama e historia que el romanticismo representa”.

Su misión, desde las tablas, es transmitir la genuinidad de esa historia y la culpa de su personaje por un engaño fatal.

Para el público que lo verá cruzar el escenario este sábado, Abraham Quiñones guarda un mensaje sencillo y profundo: “Siempre el amor mantendrá viva mi arte… ese mensaje de esperanza”. Porque, en su mundo y en el de Giselle, el amor –y el baile– es lo que siempre triunfa. Ante todo.

Rachel Mendoza: La Giselle que rompe cánones

Con 22 años y una determinación que desborda juventud, Rachel Mendoza se apresta a hacer historia. Graduada de la Escuela Nacional de Ballet en 2022, esta joven bailarina no solo debutará como Giselle con la Compañía de Ballet Laura Alonso, sino que lo hará marcando un hito: será la primera intérprete afrocubana en asumir el rol de Giselle. Un hecho que, por sí solo, carga sobre sus hombros el peso de un antes y un después.

Rachel Mendoza. Foto: Sebastián Miló

“Para mí es un honor y una responsabilidad bien grande”, confiesa, consciente de la magnitud del momento. Sin embargo, su convicción es más fuerte que cualquier posible murmullo. Frente a la pregunta de por qué ahora y no antes, Mendoza lo tiene claro: “Mientras existe el talento no hay por qué poner un límite”, aunque reconoce que le preocupa el qué dirán o el por qué no se había hecho antes.

Al preguntarle entonces por qué cree que ninguna afrocubana había interpretado a la joven campesina, comenta que simplemente es por la mentalidad y las diferencias de clases que existieron en otra época.

Su enfoque para abordar el icónico personaje es minucioso y profundo. Reconoce la dualidad del rol: la ingenua jovencita del primer acto y el espíritu etéreo del segundo. “En el segundo acto tiene que ser etérea, delicada, sensible. No muestra emociones muy fuertes, por eso mismo, porque no está viva”, analiza con la madurez de una artista que ha estudiado cada matiz. “Pero sí debe reflejar dolor. Dolor e instinto de querer salvar al que fue su amor en vida”.

El momento que más la desafía, tanto técnica como actoralmente, es la escena de la locura del primer acto. Para construir su versión, se ha nutrido de las leyendas como Alicia Alonso, Ofelia González y Rosario Suárez (Charín), porque tienen, a su juicio, un nivel actoral y de técnica muy lindo. De ellas busca tomar la delicadeza de la Alonso aunque también el carácter fuerte que ‘Charín’ imprimió al personaje.

—¿Crees que en Cuba hay muchas Giselle?

—Hay muchas bailarinas que la han interpretado, pero muy pocas llegan a serla.

El apoyo de la maestra Laura Alonso ha sido fundamental, por la confianza que le confiere a la joven bailarina. “Es muy directa a la hora de decir lo que quiere”, comenta sobre el método de trabajo de la legendaria bailarina, un estilo que agradece por su claridad. Ese mismo sentido de comunidad lo encuentra en el cuerpo de baile, donde “Son todas y todos unos bailarines talentosos… que tratan de dejar la piel en cada función y apoyan mucho a los bailarines principales”, asevera.

Al enfrentarse a la pregunta inevitable sobre el significado de ser la primera Giselle afrodescendiente, su respuesta trasciende la anécdota para convertirse en una declaración de principios. “El mundo ha evolucionado tanto que si nosotras nos quedamos en el pasado no logramos nada”.

Este domingo, Rachel Mendoza no solo bailará; también hará historia con cada attitude o entrechatcat y cada lágrima de su Giselle, demostrando que el talento y el corazón son el único boleto necesario para la eternidad.

Patricia Hernández y Laura Alonso en la escena de la locura. Foto: Sebastián Miló

Con solo 21 años ya enfrenta uno de los roles más demandantes del repertorio romántico: Myrtha, la implacable Reina de las Willis. Haden Pérez González, miembro de la compañía dirigida por Alonso -hija- desde los 18 años, asume el desafío no solo técnico, sino histórico, el de dar vida a este personaje. Según comenta a Tribuna de La Habana, el reto se multiplica al saber que las funciones estarán dedicadas, además de a otras bailarinas cubanas, a la leyenda Aurora Bosch, una de las Cuatro Joyas del Ballet Nacional de Cuba, quien ganó el prestigioso Premio Anna Pávlova en 1967 precisamente por su interpretación de Myrtha.

Para la joven bailarina, el personaje es una montaña rusa de exigencias. “Demanda demasiado físicamente, tanto de interpretación. Es un personaje donde tienes que equilibrar la fortaleza, pero a la vez el sentimiento. No puedes ir a los extremos”, relata. Su preparación ha sido exhaustiva, yendo más allá de la sala de ensayo, demostrando en su diálogo cuánto ha estudiado el personaje más allá de los movimientos, sino también su dolor y sufrimiento de Myrtha. “Lo más difícil, más allá de lo técnico… ha sido la expresión corporal. Me he preparado leyendo mucho, mirando muchos documentales, videos de la película Giselle o a otras bailarinas”. Su principal referente ha sido, naturalmente, la propia Aurora Bosch, “la mejor reina de Willis”, enfatiza, cuya sombra artística es a la vez una inspiración y una enorme presión.

La posibilidad de que Bosch la vea interpretar el papel que la inmortalizó provoca en Haden una mezcla de admiración y ansiedad. “Me pone mucha presión. Porque sé que va a estar ahí mirando… y no quisiera defraudarla. Quisiera disfrutarlo al máximo y hacerle llegar toda mi emoción”.

Finalmente, la joven asume su performance como un tributo al legado de la familia Alonso, pilares del ballet en la isla. Para Haden, su vigencia en el escenario se manifestará a través de “los pasos técnicos y conservar 100% nuestra versión, o sea, la versión de Alicia Alonso”. En cada penché, en cada mirada gélida de reina, no solo estará Haden Pérez: estarán también la fuerza de Aurora Bosch y el meticuloso legado de los Alonso, demostrando que, contra viento, marea y obstáculos, el ballet cubano sigue vivo.

Patricia Hernández, integrante de la compañía desde 2008, se enfrenta por primera vez al rol completo de Giselle. Para la primera bailarina, esto representa un enorme reto y un privilegio, describiéndolo como "el ballet más difícil que puede enfrentar un profesional de la danza clásica" y una pieza fundamental para considerar completa la carrera de cualquier primera figura.

Expresa una enorme felicidad y agradecimiento por la oportunidad, especialmente por compartir escena con la maestra Laura Alonso, de quien destaca su invaluable ayuda. Su mayor deseo es que el público "disfrute y vea en la Giselle nuestra lo mismo que se reflejó hace muchísimos años" en las generaciones de Alicia Alonso y las Cuatro Joyas, legado que Laura Alonso rescata y perpetua.

Patricia Hernández. Foto: Tomada de sus redes sociales

Asumir el legado de los Alonso en Giselle conlleva para Patricia "una responsabilidad enorme", dada la reconocida fama mundial de la versión cubana. Reconoce que es imposible bailar como Alicia Alonso, pero relata un proceso de trabajo exhaustivo: "he estudiado muchísimo cada video de ella, de Josefina Méndez, de Aurora Bosch, Ofelia González y otras bailarinas cubanas" para nutrirse y rescatar la versión original.

Destaca el meticuloso trabajo de la maestra Laura Alonso, a quien define como "muy perfeccionista y detallista", y quien les guió de vuelta a la esencia de la puesta, basándose incluso en la filmación de 1964. Este proceso, que califica como "la oportunidad más grande y más bonita" de su carrera, incluyó un profundo "trabajo de mesa" en el que Laura no solo explicó cada pantomima y gesto, sino que "le creó una historia a cada bailarín hasta del cuerpo de baile" para darle veracidad y vida propia a cada personaje en escena.

Patricia identifica el mayor desafío no en la técnica, sino en lo artístico e histriónico, especialmente en la escena de la locura. Explica que la credibilidad de la historia ante el público depende de la actuación. Para prepararla, recurrió a la observación de "personas en la calle misma que hablan solas, que las ves que caminan y te miran y no te ven", estudiando esa mirada perdida y ese delirio. Su método incluyó un trabajo íntimo frente al espejo, sin pasos, concentrándose únicamente en la expresión facial para conectar con la emoción y transmitir que Giselle "vuelve a ver su película, pero sin ver a las personas". Describe esta escena como la más difícil pero también "la más rica de hacer", porque permite "desdoblarte y sacar todo lo que tienes dentro".

A sus 35 años, Patricia aborda la juventud del primer acto como una cualidad actitudinal, no etaria, citando el ejemplo de Alicia Alonso bailándolo pasados los 60. Para lograrlo, estudia frente al espejo para asegurarse de que cada gesto transmita inocencia e ingenuidad, creando una historia interna coherente que la mantenga en el personaje de la "joven campesina, inocente y enamorada" desde que entra en escena.

Sobre la contribución de Cuba al ballet, afirma con orgullo que es una de las escuelas más reconocidas mundialmente, destacando específicamente que la versión cubana de Giselle es valorada internacionalmente por su narrativa clara y completa, siendo incluso utilizada por compañías de la talla de la Ópera de París.

Patricia valora el apoyo de Laura Alonso a las nuevas generaciones, recordando su propia experiencia como miembro de "La Joven Guardia" cuando, con 19 años y apenas un año en la compañía, Laura le encomendó estrenar el ballet Paquita completo en solo diez días, dándole una confianza "impresionante" al citar el ejemplo de su madre.

Sobre la preparación del famoso pas de deux del segundo acto con su partner Quiñones, relata que se basaron en el video de Alicia y Esquivel, entre otros. Reconoce la dificultad técnica para el bailarín de lograr cargar a su pareja de baile sin que denote esfuerzo, y agradece los "tips" específicos de sus mentores, sobre cómo mover la falda, los brazos y la cabeza para lograr la sutileza y suavidad que requiere el acto blanco.

Alejandra Rodríguez y Jorge Pablo García en ensayos de Giselle. Foto: Sebastián Miló
Abraham Quiñones, junto a su pareja de baile, ensayando en uno de los salones de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso. Foto: Sebastián Miló
Haden Pérez. Foto: Mari Hondar
Pablo González en un ensayo de su personaje, el celoso Hilarión de Foto: Sebastián Miló

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