Lissette Solórzano no soñaba con la fotografía. Disfrutaba leyendo clásicos de la literatura, escuchando música, acercándose al teatro y a las artes visuales de manera general. Durante su adolescencia comenzó a dibujar y matriculó en la Academia de Bellas Artes San Alejandro, sin imaginar que, años después, sería considerada una de las fotógrafas más destacadas del siglo XX en Cuba.
Como parte de su inquietud por aprender, también estudió en el Instituto Superior de Diseño Industrial (ISDI). Sin embargo, en aquel momento, tampoco pensaba en dedicarse a la fotografía. “Lo que llamó primero mi atención fue el laboratorio. Cuando estudiaba Diseño, descubrí uno en la escuela y sentí fascinación. Tuve hasta problemas porque a veces no iba a algunas clases por estar dentro del laboratorio viendo toda aquella magia”.
“En esa etapa, conocí a Tito Álvarez, Rodríguez de Cal y a una serie de personas que trabajaban el laboratorio de una manera profunda, con convicción, como debe ser. Todo ese conocimiento me empezó a fascinar. Así fue mi introducción en la fotografía, hasta que `hice click´. Cuando tuve una cámara, con ese sonido, ese obturar, me dije: Esto es otra cosa, como un cuento. Esta es mi propia historia”.
Desde entonces, a finales de los años 1980, comenzó a crear sus primeras fotografías. “En 1991, me tomé ese trabajo muy en serio. Tenía un abuelo que falleció y quise hacerle un homenaje. Pedí permisos, fui a un asilo de ancianos y empecé a hacer fotos. Solo tenía dos rollos. En esa época, el material era escaso. No podía perder tiempo ni material. Debía ser muy precisa. Perdí algunas del primer rollo, pero hice diez imágenes”.
“Era muy amiga de Alfredo Sarabia (padre). Él me dijo: `Ven, vamos a hacer una selección y una hoja de contacto. ¿Por qué tienes miedo? ´. Le respondí: `Es que yo no soy fotógrafa. Lo mío es el laboratorio´. Me ayudó con el proceso. Por esos días, Pedro Abascal también me brindó su ayuda para imprimir aquella selección que había hecho Sarabia”.
Así surgió la serie El fantasma efímero, título extraído de un texto de Jorge Luis Borges, que inspiraba a Solórzano por aquellos días. Mediante diez imágenes y retratos singulares permanecía narrada la historia de un asilo. Lo que surgió como un espacio íntimo de memoria y homenaje, recibió el Premio Ensayo Fotográfico de Casa de las Américas y pasó a integrar la colección de la Casa. Confiesa que esta experiencia la motivó a decir: “Voy a dedicarme a la fotografía”.
Los primeros pasos fueron dirigidos hacia lo documental, construyendo historias a partir de ensayos y experimentando con los métodos analógicos. Las imágenes fusionaban elementos de la ciudad, destacaban las formas y claroscuros. En aquella etapa, comenzaron a confluir los conocimientos que había adquirido en las escuelas de arte con las intenciones y mensajes de sus obras.
“He podido imprimir en piedra, en papel manufacturado. Todo lo analógico y el trabajo en laboratorio era lo que más me impresionaba. Fui de las primeras que se negó a tener una cámara digital porque la calidad que tenía con una analógica no era lo que podía ofrecerme un equipo digital, en aquel momento. Luego me di cuenta de que hay que seguir avanzando. Hoy hago las dos cosas, más lo digital porque es cómodo, pero también me gusta mucho lo analógico”.
La artista concibe a la imagen como instalación, más allá de una obra rígida expuesta en una pared. Prefiere dialogar con otros lenguajes e incorporar a sus muestras formatos como el video. Por estos días se encuentra inmersa en un nuevo proyecto: El gran jardín. “Esta obra, todavía en proceso, surgió de serie de problemas que enfrenté a partir de la COVID-19. El proceso de recuperación me hizo sentir un cambio al ver mi trabajo. Me gusta mucho lo que está sucediendo”.
“En este caso, la imagen sigue siendo un documento, pero voy más a las mezclas, al concepto. No llego a usar la Inteligencia Artificial, pero utilizo los métodos analógicos desde lo digital, creando capas de imágenes al estilo del sándwich fotográfico, con ocho o nueve fotografías para crear una pieza. Ahí estoy creando mi jardín, mi propio paisaje”.
—Ha declarado en esta y otras entrevistas, que prefiere trabajar sus fotografías a modo de ensayo, concibiendo a las imágenes como historias. ¿Cuáles son esas historias que pretende contar a través de sus fotografías?
—Todas las que me lleguen. A veces para empezar un proyecto, suceden muchas cosas. Por ejemplo, la música me fascina. La literatura es algo que llevo conmigo y no puedo dejar. También soy cinéfila. A veces escucho expresiones, estoy leyendo algo y lo marco, voy por la calle haciendo fotos sin tener la cámara porque es como un ejercicio. Es una creación constante, una cuestión de entrenamiento.
“Cuando todos esos puntos que me van avisando se unen, voy encausando el proyecto. Al principio lo hacía de manera muy libre a partir de un tema. Ahora soy más metódica. Voy al detalle. Las personas vamos cambiando y las habilidades también. Ahora soy un poco más calmada al realizar un proyecto, sin dejar de ser yo”.
—Actualmente se desempeña como directora de la Fototeca de Cuba y ya había trabajado anteriormente en el centro, a inicios de los años 2000. ¿Cómo ha sido esta segunda etapa de trabajo en la institución?
—Volver a la Fototeca de Cuba después de tantos años ha sido como regresar a una casa que conoces bien, pero que además ha cambiado. La institución tiene hoy otros retos, otras dinámicas y un contexto distinto. Esta segunda etapa me ha permitido mirar la Fototeca con una visión más integral de la gestión, del trabajo curatorial y del diálogo con los artistas visuales. También pienso que puedo aportar la experiencia adquirida fuera, conectando generaciones y renovando la manera en que mostramos y preservamos nuestra memoria visual.
—¿Cuál representa el mayor desafío trabajando al frente de la Fototeca?
—El mayor desafío será mantener viva y actual a la Fototeca sin perder su esencia histórica. Vivimos en un mundo saturado de imágenes y, al mismo tiempo, con limitaciones materiales y tecnológicas que nos obligan a ser muy creativos. Liderar el equipo, asegurar que el programa expositivo sea relevante y sostener el archivo como patrimonio vivo, en medio de un contexto cultural cambiante, es un reto permanente. También eso hace que el trabajo sea tan apasionante: convertir cada dificultad en una oportunidad para reinventarnos.
—A partir de este verano, el centro se prepara para un evento de gran significación: Noviembre Fotográfico. ¿Qué caminos recorrerá, en los próximos meses, la Fototeca de Cuba rumbo a esta cita?
—Desde este verano hemos estado trabajando intensamente en la convocatoria, la programación, el diseño curatorial y la coordinación con artistas y espacios. El Noviembre Fotográfico es una cita que involucra no solo a la Fototeca, sino a un gran tejido de instituciones, galerías y creadores. En los próximos meses estaremos afinando exposiciones, preparando conferencias, gestionando intercambios internacionales y cuidando cada detalle para que la 19 edición resulte una experiencia enriquecedora para públicos diversos.
—¿Cuáles son las novedades que traerá a los públicos y participantes esta 19 edición de Noviembre Fotográfico?
—Esta edición trae una mirada más amplia y plural de la fotografía contemporánea, con propuestas que dialogan con la tradición y con las nuevas narrativas visuales. Habrá exposiciones inéditas, homenaje a nuestro maestro Raúl Corrales, figura esencial de la fotografía cubana. Tendremos espacios para jóvenes creadores y actividades que expanden el evento más allá de las salas expositivas, incluyendo intervenciones en el espacio público y en plataformas digitales. Queremos que el Noviembre Fotográfico 2025 sea no solo un momento de exhibición, sino un punto de encuentro y reflexión para toda la comunidad fotográfica.
—¿Qué mensaje le envía a los jóvenes que sueñan con dedicarse a la fotografía y las artes visuales?
—Les digo que la fotografía y las artes visuales son mucho más que una técnica o un oficio: son una forma de mirar y de contar el mundo. Hay que trabajar con disciplina, paciencia y honestidad, sin miedo a equivocarse porque de cada error se aprende; que se nutran de la historia, pero que también se atrevan a proponer miradas propias y contemporáneas. Sobre todo, que no pierdan la pasión: esa es la luz que mantiene vivo el camino creativo, incluso en los momentos más difíciles.
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Una vez, en una conversación muy privada, Lisette Solórzano me dijo que la fotografía era sobre todo, hacerla con mucho corazón. Nunca lo olvidé. Y es que ella ha construido su arte y todo lo ha hecho con mucho corazón. Creo que ahí reside la razón de su talento y sus éxitos!.
Lissette es de los mejores exponentes de la Fotografía cubana de los últimos 35 años. Con una obra innovadora, hermosa y trascendente, hará mucho por la Fototeca. Un beso enorme