El día abortó aquella entrada del sol sobre un cielo impregnado aún con las sombras de la noche anterior: dispersas en los contornos de los edificios vecinos y de tonos más oscuros en los bordes rocosos a la entrada de la bahía. Observó que en sus labios quedaba parte de la fragancia de un beso y sintió el roce del tinto seco y las huellas imperceptibles pero latentes en cada movimiento de su cuerpo al despertar. Del otro lado, él sonreía, sumergido en un sueño que conocía:
Invitación
Cuando escribí aquellas primeras líneas, no imaginé que podía comenzar a entender nuestra posición real entre dos ciudades sumergidas. Lo supe después que comprendí que las historias no se cuentan, se escriben a sí mismas y se enlazan como los átomos que integran las islas y los continentes donde habitan nuestras vidas. ¿No sé por qué imaginé que el olor podría ser tibio cuando proviene de las rosas o más fresco cuando lo expiden las mariposas? Debía estar inconsciente. Tanto como para no aceptar aquella invitación en la que ella escribía: “Te invito esta noche a dormir conmigo, no para hacer el amor, él nos lo hará” y, detrás, partícipe, el rostro de Cortázar, enigmático y revolucionario. Por supuesto, no acepté. No porque estaba comprometido, sino porque aún tenía mis ojos envueltos en esa niebla que impide ver hacia adentro. Es fácil mirar hacia fuera, identificar los objetos, enumerarlos, aprendérselos y hasta fabricarlos. Pero es difícil mirar hacia donde no estamos acostumbrados. Toco su cuerpo sumergido en un prolongado acto de osadía, descomunal e irreverente. Sonríe, feliz, como si advirtiera que le observo. Sé que le sonríe a quienes ha visto ayer en la mañana y los ha traído a este sueño con la sensación extraña de viajar a la velocidad de la luz en un espacio breve del tiempo. En un espacio donde todo es, como en el Aleph, punto de llegada y de partida.
Entre las sábanas, irradia tanta energía como un cuásar humano.

Ahora me observa desde sus ojos profundos y experimento una sensación renovada la perdida e irreparable adolescencia que sorprende ante la sacudida de la primera vez llegué a pensar que moría, literalmente en la petite mort, como un náufrago estremecido por el afluente denso y tibio como la esperma de una vela. Ahora, cuando logré despertar en medio de este olor permanente de hembra correspondida y excitada, comprendo que habitamos en ciudades sumergidas, donde el miedo se expresa de muchas formas como fragmentos de verdades; mientras sobre la superficie la noche es dueña.

RSM

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