Barracuda

“(…) oteando el horizonte
como un animal que acecha,
desde su hambre inconexa (…)”. RSM

El hambre es mala consejera. El pez miró de soslayo el fragmento de olorosa carne y cruzó hasta colocarse bajo el bote. Permaneció allí durante varios minutos antes de atravesar como una saeta la distancia que le separaba del alimento sostenido por el anzuelo. Por un momento su cuerpo estremecido se expuso fuera del agua. Observó sorprendido a los hombres y emprendió una larga escapada que tiró del cordel varios metros bajo la superficie. De momento, el instinto de conservación le llevó a realizar la maniobra aprendida durante años: aflojó cuanto pudo la cuerda hasta convertirla en un péndulo justo en el medio de la quilla.

Así estuvo, durante media hora o tal vez un poco más antes de esgrimir su ataque minutos antes de la muerte…, su muerte. Una vez más tensó la cuerda, sujeta a una de las vitas, y volvió a emerger como un brillo de rabia azul sobre las aguas. Uno de los hombres, sangrando las manos, recogió hasta acortar la distancia y pegar su cabeza junto a la borda. Los ojos profundos, la mirada retadora…
(…)

As de trébol

La observa a través de la ranura que deja entre sus dedos, como si pudiera recortar su silueta y llevarla bajo su voluminoso vientre y colocarla allí, donde pudiera advertir la púbica sensación del placer oculto detrás de sus palabras. Había tejido una densa e imperceptible tela, lo suficiente lúdica para atraparla, pero no imaginó que podría lograrlo, hasta con cierta facilidad, justo al descubrir cómo su presencia podía alentarla a cruzar la distancia sostenida por un fino haz de luz verde como un punto diminuto en el espacio virtual.

Entonces tamborileó sobre el teclado y esperó. Llevó a su boca la taza de café y saboreó el néctar como su primera victoria. De algún modo ahora le pertenecía y recordó su sonrisa cuando ella colocó, entre sus manos, la porción deseada más que como un detalle, la necesaria ofrenda a su nuevo dios.

Recorrió cada palabra confiada bajo el influjo íntimo de los secretos y expulsó una bocanada harapienta de sus pensamientos, mientras comenzaba a deglutirla. Frente a él, el as de trébol dibujaba lo contornos de la imagen a través de la cual, ella, le compartía en silencio, aquel selfie con una temblorosa sonrisa, cómplice y tan filosa como su ingenua inocencia.

El jardín de las estaciones

Sobre el rosal, un finísimo encaje de Luna había cristalizado los pétalos sin lastimar el rubor cálido de sus flores. Debajo la escarcha cubría los bordes de las plantas de su rutilante invierno. Un poco más allá, a la izquierda, el Sauce descolgaba sus decenas de brazos preñados del rojo en sus madrigales que atraía con su fragancia a los colibríes en busca de la ambrosía y despertaba el apetito primaveral de lagartos enfundados en vivos colores dispuestos para atraer a las nupcias, en una desordenada primavera; mientras que el almendro sollozaba hojas al viento como si el otoño viviera entre sus ramas.

Frente al espejo su rostro perfilaba la juventud de cada verano escurrido en cada curva de su piel. Sonrió. Le había “descubierto”, aquella tarde en la cual se volteó, desde su húmeda y perpetua adolescencia, despierta bajo su monte de venus para colgarse de sus labios en un beso.

RSM.

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