"... No quiero estar donde estoy de más.
No quiero estar donde no me quieren..." (C.B)
Hace un tiempo comencé a escribir un artículo y, como me ocurre a veces, surgió primero el título, pero se quedó allí, sobre el resto del papel vacío, huérfano del resto de las ideas dibujadas en letras… y debió esperar más: en una larga fila de ideas coladas, incapaces de esperar su turno hasta el punto de mantenerme despierto (en forma impertinente, impenitente y constante) durante toda una madrugada, mientras escribía fragmentos de guiones (28 breves diálogos en tan solo tres horas, no sé si es un récord) para una serie de historietas, también en la cola de dar a luz.
En esos menesteres y en pleno desenfado de la creación, descubrí (valga toda mi ignorancia) la existencia de un escritor llamado Charles Bukowsky, y he reído como hacía tiempo no lloraba. Fue así que se me ocurrió culparlo de la muerte de Lola, la protagonista occisa de una frase utilizada por los cubanos para definir la puntualidad (cosa rara entre mis coterráneos) en las tres de la tarde. “La hora en que mataron a Lola”. Justo en ese horario leí:
"¿Ha habido alguna vez algún instante de justicia para los pobres? Toda esa mierda sobre la democracia y las oportunidades con las que los alimentaban eran sólo para evitar que quemaran los palacios. Claro, de vez en cuando había un tipo que salía del vertedero y lo conseguía. Pero por cada uno que lo conseguía había cientos de miles enterrados en los barrios bajos o en la cárcel, o en el manicomio o suicidados o drogados o borrachos. Y muchos más trabajando por un sueldo de miseria, desperdiciando sus vidas por la mera subsistencia. La esclavitud no ha sido abolida, solamente se ha expandido para incluir a nueve décimas partes de la población. En todas partes. Santa Mierda".
Y firmado:
Charles Bukowsky
Sencillamente genial. Lo digo pensando en quienes pretenden hacer valer su verdad como si fuera la luz del sol, mediante esa fatídica tendencia de justificar una pureza, lamentablemente, inexistente cuando millones de seres humanos son víctimas de todas las variantes de violencia inventadas por nuestra especie. Lo digo porque, en estos momentos, se refuerza en la gravedad de los hechos de terrorismo que estremecen el mundo y lo hacen girar en sentido contrario. Para colmo, las tragedias vividas por pueblos enteros (del llamado Tercer Mundo), se multiplican, millones de personas en todo el planeta son marginados, expoliados, expuestos a las guerras, masacrados y asesinados. Segundo a segundo durante años, se evapora la posibilidad de detener el genocidio de nuevas víctimas antes de llegar a convertirse en noticias y cifras en las redacciones de los diarios, o son silenciadas, ninguneadas por quienes controlan el, supongo, Primer mundo… ¿Dónde estoy…? Creo que me perdí en la disertación sobre este Charlot Bukowsky que me hace reír de tanto llorar de tanta verdad en sus textos. No sé si hago bien o mal, pero al menos me hizo bien el villano que descubrí, en mi bendita ignorancia, justo a la hora en que mataron a Lola.
Dicho esto, puedo compartir el breve relato que no publicamos la semana pasada (El ojo de la aguja) y El Coqui (una especie de cierre hasta el próximo 2025).
El ojo de la aguja
Había pasado sin dificultad al otro extremo del universo y pudo comprobar la transformación de su cuerpo y la oleada de sorprendentes paisajes que deparaba la nueva visión extendida más allá de aquellas montañas de geometría perfecta y la extraña sensación de pisar sobre un terreno seco y blando que parecía extenderse hacia el infinito.
RSM
2011
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El Coqui
Abrió la agenda de bolsillo y encontró —subrayado— un nombre: Coqui.
Claudia se lo había garabateado antes de llevarlo a la cama. Parecía ser una de las predilectas de El Italiano, pero también independiente en cierta forma. Ella le pidió a Daniel que fuera su chulo y a cambio sólo tendría que buscarle las “provisiones” que garantizaba el Coqui. Pero acaso, ¿el tal Coqui estaría dispuesto siquiera a conversar sobre el asunto porque alguien se le aparecía de parte de Claudia?
—Asere, ¿qué bolá? Los ojos del Coqui lo desafiaron desde la semipenumbra.
—Vine de parte de Claudia, ¿Puedo pasar?
El Coqui se hizo a un lado para dejar el suficiente espacio entre ambos cuerpos como si fuera un banderillero en plena corrida de toros. Tenía el aliento descompuesto por el alcohol de la trasnochada pegado a sus ropas. Daniel tuvo que reprimir un mohín de incomodidad.
—Siéntate, le dijo El Coqui y señaló un raído butacón sostenido por cuatro ladrillos para evitar que estuviese pegado totalmente al suelo y le miró con recelo y curiosidad simultáneos.
— ¿Vas a comprar?, preguntó, con la voz rajada.
—No, respondió Daniel y su interlocutor sonrió con malicia, dio una palmada sobre la rodilla del visitante y le dijo:
—No te preocupes. Esa chamaca es un hombre. Digo, en el sentido literal de la palabra y de la hombría. Puedo confiar en ella, pero debes aclararme de qué cosas vamos a hablar.
—Del hombre que controla el negocio. Yo compro en grande.
El rostro del Coqui se contrajo en una mueca ligera, apenas perceptible, pero resultaba evidentemente extraño que alguien, desconocido para él se presentara como amigo de Claudia para hablar de negocios. Algo le daba mala espina en este asunto. Se puso de pie y caminó cojeando hacia la habitación contigua y dividida por una tela de saco de yute en los cuales habían dibujados símbolos de la religión Yoruba.
—Quiero mostrarte algo, dijo con los ojos achicados como si pretendiera atrapar algún detalle, oculto en el rostro de Daniel, que le pudiera develar las verdaderas intenciones de Daniel.
Volvió con sus manos ocupadas. En una sostenía un paquete de fotografías dentro de un nylon. En la otra dos vasos plásticos y una botella de Ron Bucanero. Sirvió sendos tragos sin preguntar la medida. Sorbió con rapidez, como si fuera a calmar la sed que le provocaban aquellos recuerdos que ahora evocaba como si hablase consigo mismo:
—Yo era un tipo respetado en La Habana. Me vestía con lo mejor, buenos zapatos, tremendas, tremendas jebas, dinero… Tenía 19 años cuando salí por el puerto del Mariel. No tenía idea sobre la vida en los Estados Unidos de Norteamérica. Solo las imágenes de las películas que veía: un mundo diferente, lleno de esperanzas, un lugar donde encontraría trabajo y donde los tipos luchadores como yo podían aspirar a convertirse en “alguien”, al menos eso pensé, pero no fue lo que en realidad ocurrió. Incluso llegué a preferir una nueva vida lejos de los Estados Unidos, y me propuse regresar a mi cubita la bella. Ya no me importaban las limitaciones que obligaban a vivir con una tarjeta para adquirir los alimentos, las ropas y los zapatos. Tampoco importaba el juramento que hice al llegar a Miami: enviar dinero suficiente para ayudar a mi madre y hermanos. También soñaba con hacer todo lo posible para llevármelos a todos menos a Lester. Ese comemierda se había integrado a los Juventud Comunista. Cuando discutíamos me argumentaba que buscaría la posibilidad de salir adelante y convertirse en ingeniero aun cuando le veía consumirse entre la grasa en un taller de mecánica. Él no creía en esas cosas que se hablaban de la Yuma, de todo lo fácil que sería vivir allí, ni le importaba que podía llegar a tener un carro, quizás no del año, pero sí uno barato y moderno que camine para empezar.
El viento levantó una ola que se pulverizó contra el casco de la embarcación y salpicó los rostros encandilados por la línea del horizonte en la cual se destacaban los edificios de la Pequeña Habana.
—Litle Javana, meenn, soltó en su inglés. Litle Javana meen, repitió y de sus ojos corrieron hacia la boca dos gotas de frustración cuando fue separado y conducido hacia un grupo aparte: los que estaban predestinados a vivir entre rejas.
—No tuve suerte, amigo. No todos tienen alguien que te espera con la oportunidad que deseas. Comprendí qué poco vale un hombre cuando no tiene nada, ni aquí, ni en el yuma, ni en jonkong. Soy testigo de cómo algunos de mis compañeros de viaje se tiraron sobre el suelo y besaron la tierra norteamericana, mientras lloraban sobre la forma de pagar la promesa que hicieron a la Caridad del Cobre para que la travesía resultara sin problemas. No podíamos imaginarnos que muchos morirían allí, donde nadie andaba con remilgos para descargarte un fusil automático o un cañón. Hasta un niño podía asesinarte como un perro en la calle, al menos en los lugares donde fuimos a vivir entre latinos venidos de todas partes del mundo. Perdí una pierna en una de las batallas callejeras por el control de la droga. Poco tiempo duró mi odisea en la yuma. Fue bendito el día que me consideraron excluible y me devolvieron a Cuba. ¿Todavía quieres hablar de gente a la que no le importa aplastarte como a una hormiga si intentas arrebatarle el negocio?
__ ¿Sabes a qué me refiero Coqui?, preguntó Daniel. __No vine a perder el tiempo. Negocios son negocios. Lo tomas o lo dejas. Tú no tienes dinero y yo puedo sacarte de la mierda de cuartucho en que vives. Estoy buscando otra cosa, dijo y mostró unas fotografías. Los ojos del Coqui quieren salir de sus órbitas.
__ ¡Asere! ¿Esa es la corona del Imperio Ruso? ¿De qué revista las sacaste? ¿Me vas a convertir en tu socio?
__No Coqui. Quiero encontrar estas piezas. Sé lo que valen y deben estar moviéndose en cualquier parte de La Habana.
__ ¿Por qué no le preguntas a El Italiano? ¿No vienes de parte de Clay?
Daniel sonríe y el Coqui lo imita y seguidamente suelta algunas palabras en medio de una carcajada apestosa.
_ ¿Te jamaste a su exmujer, asere? Sí, sabes de quién te hablo, me refiero a Claudia y si ella te manda a donde estoy es porque calculó tus agallas blanquito. Esa jeba no le perdona a El Italiano que la trate como una puta. Je, je, quiere que te lo james (mira para comprobar el efecto de sus palabras en Daniel que observa el gesto del dedo larguirucho y sucio cruzando bajo la garganta del Coqui) y te está poniendo la buena.
__ Entonces, ¿qué dices, me vas a ayudar?
__ Somos socios ¿No?
__ No Coqui, no somos socios; pero te voy a mejorar. Vas a estar mucho mejor. Nada más, dijo antes que pudiera –aquel- advertir el estruendo a boca de jarro y el relámpago que atravesó su pecho.
2010.
Ver además: