El matador
A Carlos Montenegro
Venancio retrocedió a la etapa más oscura del hombre la noche que mató a Bijirita, a ese lugar de la conciencia en que todo es confuso y resulta difícil evitar la atracción que empuja hacia lo desconocido, más allá de la vida y la muerte. No exagero. De aquel muchachón retraído y bueno, solo quedaba su desgarbada estructura, el rostro endurecido y los ojos extremadamente grises para un ser humano. Incluso en la cárcel fue recibido como el matador de Bijirita y muchos le agradecieron, en silencio, el favor. Tampoco le faltaron cigarrillos, dulces, revistas pornográficas y cuerpos dispuestos para que aliviara las tensiones propias de los hombres en prisión. Por supuesto, los proveedores no exigieron nada a cambio. Cuando salió de la penitenciaría, la ex mujer de Bijirita, dejó que sus ásperos gemidos anunciaran la nueva posesión marital. Pero nadie puede impedir que la gente hable. Barbarita estaba considerada un demonio con cuerpo de ángel y resultaba difícil aceptar que la escuálida presencia de Venancio pudiera evitar su infidelidad. Y eso fue lo que sucedió la noche en que mató a Bijirita. El flacucho escuchó: “Venaotarrú” “¡Me cago en tu madre!”, respondió y Bijirita quedó atrapado por la sorpresa. Seguidamente extrajo el revólver. “Te voy a partir el cráneo hijoeputa”, escupió con el cañón del arma a un centímetro de la frente de su víctima.
Chic….
El tambor del revólver giró.
“Maricón, tarrú de mierda”, gritó ante la mirada atónita de sus acompañantes. No podían creer que alguien podría hacerle resistencia. Así había sido. Los cuatro anteriores que le enfrentaron murieron en similares circunstancias, pero esta vez el Colt 38 no quiso responder.
Chic…., chic
“¡Me cago en la madre del Chino pesteacarne!”, exclamó Bijirita en alusión a su padrino. Y, sin saber por qué, recordó la sentencia de Amelia, la espiritista: “Tú serás el quinto, porque ninguno de tus adversarios tenía cumplido su tiempo en la tierra y se los mandaste…”.
Chic…., chic…
“Muérete coj…s”, se escuchó y no fue la voz de Bijirita la que tronó. Los presentes escucharon, por primera vez, el tono gutural que emergió de la boca de Venancio. Observaron la expresión diabólica en el rostro desencajado del larguirucho, justo cuando arrebató el arma y la enfiló al ojo izquierdo del otro.
RSM. Enero de 2010
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Perdido
“Ahora en busca solo estoy
del tiempo que he perdido desde ayer,
buscando lo que había de hacer de mí.
Cosa añorada en mi niñez
porqué después crecí”. (S.R)
Raúl San Miguel
Óleo de Vicente Bonachea.
Había recorrido un tramo suficiente para comprender que estaba perdido. Miró en derredor y comprendió que, además, estaba solo. Recordó lo aprendido cuando el padre le regaló una pequeña brújula e instintivamente buscó el objeto en el bolsillo y, por supuesto, no encontró absolutamente nada: ni siquiera los documentos de identidad que abultaban, más que todo, la pequeña cartera de cuero, ahora, también desaparecida. Extendió ambos brazos y sus manos palparon la intangibilidad del vacío. No estaba dormido y, por tanto, no sabía tampoco cómo despertar. Ese estar consciente de que se está en una situación indefinida entre el sueño y la realidad, le hizo repensar las veces que se encontró en esa encrucijada y aceptó que dormía, por tanto debía hacer un esfuerzo para despertar o sea regresar, ir por un poco de agua y quizá cerrar la ventana para que el gato no se fuera de parranda como hacía cuando se descuidaba. Esperó un poco y supo que de un momento a otro sus dedos encontrarían la forma de aferrarse al cobertor y con un giro rápido dejaría su cuerpo expuesto a la fría madrugada. Sin embargo, no ocurría nada. Decidió que, tal vez, encontraría la posición exacta en que el sueño representa la condensación y alcanzaría a visualizar fragmentos de imágenes, frases o trozos de ideas. De alguna manera podría ser un desplazamiento fallido más si se trataba de un confuso y oscuro sueño influido por un inadecuado desplazamiento a otra dimensión. ¿Estaría aún dentro del vientre materno y ahora alcanzaba la conciencia de poder decidir nacer o no? Tan absurdo pensamiento fue perceptible como una brizna de aire en un mar insondable y etéreo. No podía, tampoco, realizar movimientos de acuerdo a su voluntad y tuvo la decepción de encontrarse frente a la imagen interior de su yo, frente a un espejo. De alguna forma era lo más cercano a la extraña circunstancia que ¿vivía…? Otra pregunta sin respuesta, sobre todo porque ni siquiera sus ojos podían identificar algún objeto conocido. Nada…, entonces, la no existencia de un referente explicaba la no interacción con ningún otro semejante. Entonces, si dejaba de ser un sujeto relacionado, tampoco podría ser un sujeto producido; o sea no existía. De modo que también respondía a la imposibilidad de despertar, de establecer una ubicación que le permitiera reconocer el medio o lugar donde se encontraba, adaptarse y establecer respuestas fijas a los estímulos recibidos de su entorno. Comprendió que lo único real demostrado, en tal situación, era su esfuerzo para encontrar una salida y la activa modulación de sus ideas: pensaba, luego ¿existía…? Comenzaba a desesperarse, primero no había llegado sin haber iniciado un camino, por tanto, debía recordar, estaba obligado a recordar, en medio de la pulsación galáctica que lo lanzaba al otro extremo del Universo.
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