No habría escrito este relato de no ser porque aun siento la impresión causada por aquel extraño conejo de un color azul increíble que se detuvo a escasos metros del cristal de la ventana aleteando con la velocidad de un colibrí y continuó su vuelo hacia una de las ramas del robusto mamoncillo y se escurrió en su floresta. En un primer momento consideré que chocaría contra el vidrio y pude ver en sus ojos el asombro en el contacto con los míos. Sin embargo, observé detenidamente que su aliento había escrito pequeñas letras brillantes como gotas de finísima lluvia y leí: ¿Qué hacemos/ cuando destruimos lo que amamos y perdemos el ocaso o el nacimiento de un abrazo, en un punto sin partida? Y… ¿qué hacemos si, después, lanzamos cada palabra al fuego, sin encontrar nunca más las cenizas? Y… ¿Qué hacemos si después de habernos encontrado cruzamos sobre la abierta piel y hundimos el olvido vivido en la profunda herida? ¿Y qué hacemos después cuando nos desterramos de los sueños y los besos sin encontrar la salida? ¿Y qué hacemos, si después ya habré muerto y si después de muerto en cada muerte me has sembrado otra vida? ¿Y qué hacemos, si después de aprehendidas las canciones no encuentro tu cuerpo para buscarlas de regreso? ¿Y qué hacemos, si después es otro el camino y no existe más el destino? ¿Y qué hacemos cuando no queden lágrimas, ni dolor para construir lo soñado, por no creer, por no confiar? ¿Y qué hacemos, cuando no se puede nacer más después de tanta muerte y tanto olvido?
(RSM)
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El valle de los minotauros
Sintió la hoja de acero penetrar liviana como un relámpago a través de la cruz y toda una avalancha de sensaciones nublaron la visión de su entorno cuando recordó, de golpe,la última noche que le visitó Pasífae. La hija de Helios y Perseis, ninfa de Creta. Estremecido su cuerpo pareció sucumbir bajo el éxtasis de la hermosa criatura que le habló en sueños, sobre aquella historia increíble en la Cólquida, de su sangre corriendo entre las ancestrales tribus que vivieron próximas a la costa del Mar negro. Más impresionante le resultó aquella descripción del rey Minos de Creta, de su relación paternal con un dios llamado Zeus y Europa. La visión sucedió durante tres noches durante las cuales Perseis le reveló detalles de la muerte del minotauro quien fuera ocultado en un laberinto construido por Dédalo en la ciudad de Cnosos. Ahora flotaba, como si la densa euforia de cientos de espectadores tuviera la consistencia del viento en la media noche cuando pastaba ajeno, a la llegada otros tiempos, en el Valle de los minotauros.
RSM
6 de julio de 2020.
Ver además:
Lecturas de domingo: El hombre que se negó a morir y El sueño del guerrero