El hombre que se negó a morir


“Vale la pena vivir con intensidad,
y te podés caer una, dos, tres, veinte veces,
pero recuerda que te podés levantar
y volver a empezar. (…)” José Mujica


- ¿Qué hace…? Preguntó el oficial, sin soltar la boquilla del mate, mientras intentaba descifrar los titulares de la primera plana en el matutino.

-Camina..., -respondió el sargento.

- ¿Camina…?

-Sí, de un lado a otro de la celda.

-El oficial levantó la vista con desgano y el otro se arregló un poco el ajado uniforme.

- ¿Camina…? Gruñó estrujando en sus manos los titulares de la primera plana del matutino.

-Sí…, eso hace…, también habla…

- ¿Habla…? Resopló con la boca retorcida como una bestia prehistórica a punto de ser estrangulada.

-Sí… habla solo…, construye herramientas para hacer máquinas…dentro de su cabeza...

- ¡Maldito Tupamaro…! ¿¡Quién le trajo libros!?

-Usted sabe…, hace nueve años que está solo y siete que no se le permite leer…

- ¡¿Usted sabe…?! ¡Usted sabe…! ¿Qué usted sabe…? ¿Acaso usted puede darme órdenes de lo que debo saber? Gritó el Teniente y los fragmentos de los titulares se mezclaron sobre el escritorio.

-No mi Teniente, no quise decir eso…

-Entonces… ¿Con quién habla…? ¿Chamuya con la rana…? ¡Fusílenla! Las ranas suelen ser inteligentes y eso, el contacto con un prisionero, puede hacerlas peligrosas… Se detuvo, como si atrapara su última frase y esbozó una maléfica sonrisa juntando los pedazos de noticias en sus manos. Pero… ¿usted dice que habla solo…?

-Sí, mi Teniente.

-Entonces ya está fundido. Solo debemos invertir la dosis y dejarlo que lea bastante. Eso ocupará su cerebro como un pedazo de carne en la barriga de un perro hambriento. Aunque primero debemos buscar un loquero para certificar que su testa ya escapó del cuerpo. Después todo será más fácil…

- ¿Ahora qué hace…? Preguntó el oficial, sin soltar el cigarrillo atrapado bajo el mostacho, mientras intentaba descifrar los titulares de la primera plana en el matutino.

-Lee y escribe…, mi Teniente.

- ¿Qué escribe, ¿qué lee...?

-…libros de Física, Química y Biología…, lo que orientó el loquero. El conocido olor del cigarrillo lo animó un poco y el sargento soltó casi alegre: _ Hace unos días me escribió algo que ayudó a mi hijo a resolver una tarea para el examen…

- ¡¿Consejos…, a tu hijo…?! ¡Tené cuidado no tengás que meter a tu hijo en la cana…y vos lo tengás que cagar a palos! Sabés como son los pibes cuando se entusiasman con esas ideas de cambiarlo todo…

-Fue una tarea de Física, señor…, mi Teniente, se justificó el sargento.

-Bue, bue, arrellánese sargento, está bien, son las malditas noticias las que me tienen alterado, la Física no mata a nadie. Si fuera por mí lo habría arreglado con “seisluces…” y punto.

- ¿Usted cree…, que haga falta…, Teniente?

- ¡Minga, sargento! ¡No se haga usted el pelotudo! Fíjese que al tal Newton le cayó la manzana en la cabeza y descubrió una ley que aún no ha podido cambiar el orden del mundo… Entonces, si el prisionero ya no habla solo, ni camina de un lado a otro…, solo escribe y lee, ¡Está planchado! Un guerrillero menos. Andá y prepárame un pucho con algo más fuerte…

El sueño del guerrero

Se había detenido justo cuando se abría el amanecer dejando un halo sobre los pinos que bordeaban la parte de tierra firme después de las dunas. Podía observar el encaje del salitre levantarse como si el viento espolvoreara una fragancia blanquecina sobre las olas. Ella dormía aún y pudo ver la tonalidad reposada de su piel y el perceptible borboteo de un beso colgado en sus labios.

Respiró detrás del cristal y su aliento dibujó una pequeña nube que parecía debilitarse en minúsculos átomos de sueños incrustados en el vidrio cuando trazo con su índice el recorrido que dibujó en el monte de venus. Fue a donde estaba ella sonriente y sus palabras intentaron perpetuar aquel momento. “Bajaré por un café”.

Entonces ella dijo su sueño: “Desperté en el lugar del amor, delante de mí una figura de ébano mostraba sus músculos de un culo hermoso, nunca antes lo había visto: macizo, sólido. Mi bronce de Riace se viró y mis ojos vislumbraron un hombre en carne y hueso. ¿Era un espejismo? No, era él, con su badajo entre las piernas y una sonrisa amplia cuando él susurró: “Voy a buscarte un café amor mío”. Y descubrió que no era un sueño.

RSM

Ver además:

Lecturas de domingo: Detrás del horizonte y La vida después