Detrás del horizonte
Un golpe de viento empujó la ola pulverizada sobre los cuerpos expuestos al sol. Ambos permanecieron observándose como si fuera la primera vez. Después bajaron silenciosos por el arrecife, mientras la tarde agonizaba con los últimos estertores del día. Caminaron hasta la estancia, desnudos los pies y el salitre húmedo en las bocas.
Comieron despacio y sin pronunciar una palabra fueron descubriéndose con las manos. Lo hacían también como si fuera la primera vez: expuestos a encontrarse en la vulnerabilidad de los más íntimos sentimientos, en la búsqueda del momento en que sus cuerpos convergían en el equinoccio del amor.
Ella abrió ligeramente las piernas y encorvó su espalda dispuesta a entregarse. Él la tomó en la primera ola que estremeció su vientre, apoyando sus manos en las caderas y sus labios, rozando los pezones con la misma suavidad que irrumpe, en la madrugada, el amanecer.
2011
La vida después
Antes que el sol se detuviera sobre el arco del vitral, volvió a experimentar la misma sensación de soledad que le estuvo persiguiendo desde el amanecer. Miró hacia afuera, al lado del camino por donde la observaría aparecer como en cada jornada. Allí estaba. Caminaba haciendo equilibrio sobre la cadencia de sus caderas hermosas y discretamente acentuadas que se reducían en el ecuador de su anatomía; mientras el pecho rebosante de primavera, exhibía la fortaleza de una juventud extendida, con énfasis, en aquel rostro de labios abultados como los promontorios encubiertos del femenino sexo.
Observó, sin ninguna discreción, los ojos inteligentes y profundos que adquirían la tonalidad del mar; según las estaciones, pensó y que a (en más de una ocasión) su mirada, tantas veces, había perturbado. Sintió el perfume que la precedía y aprendió a diferenciar; a pesar del exuberante arrebato de aromas que expedía el resto de la campiña. Los cabellos de la mujer, indicaban la dirección del viento con esa suavidad del vuelo de las mariposas.
En solo unos minutos llegaría y, poco después, escucharía el borboteo del agua sobre la cual, ella vertería las hierbas sanadoras para librar de la enfermedad a su agotado cuerpo. Pero en realidad no la vería. Ni siquiera tendría esa posibilidad que había imaginado. Quiso despertar como si estuviera apresado bajo los efectos de un sueño. Era cierto que, a esa hora, el sol se había detenido sobre el arco del vitral; pero el sentimiento de soledad ya lo perseguía, allí estaba desde el día anterior, bajo la tierra fresca y recién removida...
2011
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