“Me sorprende ver cómo los que exigen
No pueden resolver lo que de otros esperan.”
RSM.
Había probado un sorbo de luz y descubrió que la oscuridad en derredor había dejado de ser absoluta en el término perpetuo de la palabra. Entonces miró, por primera vez sus manos y comprendió que podría utilizarlas para construir lo necesario y lo útil en el camino descrito por sus pies. Fue, entonces, que dio el primer paso en busca de un fragmento mayor del fulgor y caminó despacio hasta que pudo ver sus plantas. Comprobó que eran fuertes y marchó, más seguro, con el propósito de atrapar la claridad enorme que despuntaba detrás de la montaña. El trayecto se hacía visible en la medida que el resplandor coronaba el borde rocoso en un centelleo fascinante. Abrió sus brazos hasta donde pudo y consiguió ver su cuerpo irradiado y sintió el calor, dentro de sí, como el río deshelado. Corrió con más fuerza, maravillado por el astro que subía al firmamento y mostraba un entorno vivo, indescriptible, lleno de luminosidad. Continuó en la dirección del naciente y comprendió que la estrella cruzaba en sentido opuesto, sobre su cabeza, detrás de su espalda y… se detuvo, meditó y volvió sobre sus pasos hasta encontrarse con el mar, extenso y desconocido. También vio cómo el poniente expedía ese fulgor misterioso que precede la oscuridad. Se tumbó sobre la arena y soñó un largo y desconocido sueño. Y soñó que podría beberse toda la luz de ese sol, entre los millones que irradiaban en el firmamento.
RSM.
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Evocaciones...(fragmento).
A veces me piden desenganchar la Luna que cuelga de algún sueño. Pero me doy cuenta que resulta como atrapar un puñado de mar desde mi ventana.
Había viajado en el pleniúltimo sueño y recordaba, perfectamente, la sonrisa cómplice del hombre en la estación que me susurró antes de atravesar la puerta de salida. “Ya no podrás volver atrás”. Se trataba de un individuo cuya estatura no podía definirse con exactitud debido al volumen de su cuerpo enfundado en aquel traje de color oscuro y chaqueta satinada que le hacía parecer un enorme pingüino. Poco después, mientras esperaba el autobús no dejó de mirar su reloj de bolsillo cada 15 minutos.
_ ¿Puede decirme la hora, por favor…? Pregunté decidido a resolver el primer acertijo de mi inusitado éxodo.
_ ¿Cómo puedo decirle qué hora es si no tengo reloj?, respondió con una tranquilidad pasmosa.
Quise replicar, pero me contuve. Si estaba en un sueño, quizás aquel señor podría ser el mismísimo Lewis Carroll, y estaría perdiendo el tiempo en un intercambio con el Gato de Alicia.
RSM.
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