“Si te has propuesto descansar/

no me invites,

porque no descansaré nunca/

porque he encontrado un camino/” 

(7/2/11.RSM

A mi padre

El dispensario del doctor Koücher, se encuentra ubicado al final de la estrecha calle Badmington, en la ciudad de Brewser, muy cerca de la frontera con Eristra, que tampoco aparece en los mapas convencionales o mejor dicho en ninguna de las cartografías reconocidas internacionalmente y ni siquiera en las militares. Tampoco responde a la jurisdicción de ningún país, ni se ajusta a las leyes de alguna constitución antigua o moderna. Sencillamente está allí al final de la adoquinada calle Badmington en la ciudad de Brewser, cerca de la frontera con Eristra. Sin embargo, todos los ciudadanos residentes en Eristra y Brewser y más allá de las fronteras adyacentes reconocen las habilidades del doctor Koücher para restablecer la salud de personas aquejadas de patologías consideradas un laberinto para la medicina más avanzada. De ahí que algunos especialistas al llegar a la encrucijada donde se decide la vida o la muerte de sus pacientes, susurran a los familiares el nombre del médico que vive al final de la calle Badmington como la única posible solución contra esas enfermedades consideradas imposibles de tratar y frente a las cuales, tanto los sufridos como sus allegados no renuncian a encontrar el milagro que restaure las agonizantes vidas. El viaje no resulta tan largo como curioso y aburrido. Se trata de atravesar una serie de estaciones en el tiempo durante las cuales se puede observar, a través de la ventanilla, la crecida de un río bajo torrenciales lluvias, la luz inmensa de un sol sobre la vasta llanura que florece hasta el horizonte, la repentina nevada o el plenilunio boreal. No obstante, la repetición de tales paisajes obliga a recurrir a variantes que permitan espantar los recurrentes pensamientos relacionados con la imagen del doctor Koücher, y casi ninguna de las variantes posibles concluye en un rostro determinado o similar a cualquier otro de ser humano conocido, hasta que la resignación conduce a mirar a través de periscopio la proximidad de Brewser y, finalmente, caminar (porque recuerden lo estrecha de la calle Badmington) hasta el final donde se encuentra el dispensario y detrás de su mostrador, enfundado en un extraño traje el doctor recibe al recién llegado con un cálido saludo en voz tan baja como el último latido del corazón recién apagado.

RSM.

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El conejo azul

No habría escrito este relato de no ser porque aun siento la impresión causada por aquel extraño conejo de un color azul increíble que se detuvo a escasos metros del cristal de la ventana aleteando con la velocidad de un colibrí y continuó su vuelo hacia una de las ramas del robusto mamoncillo y se escurrió en su floresta. En un primer momento consideré que chocaría contra el vidrio y pude ver en sus ojos el asombro en el contacto con los míos. Sin embargo, observé detenidamente que su aliento había escrito pequeñas letras brillantes como gotas de finísima lluvia y leí: ¿Qué hacemos/ cuando destruimos lo que amamos y perdemos el ocaso o el nacimiento de un abrazo, en un punto sin partida? Y… ¿qué hacemos si, después, lanzamos cada palabra al fuego, sin encontrar nunca más las cenizas?  Y… ¿Qué hacemos si después de habernos encontrado cruzamos sobre la abierta piel y hundimos el olvido vivido en la profunda herida?  ¿Y qué hacemos después cuando nos desterramos de los sueños y los besos sin encontrar la salida? ¿Y qué hacemos, si después ya habré muerto y si después de muerto en cada muerte me has sembrado otra vida? ¿Y qué hacemos, si después de aprehendidas las canciones no encuentro tu cuerpo para buscarlas de regreso? ¿Y qué hacemos, si después es otro el camino y no existe más el destino? ¿Y qué hacemos cuando no queden lágrimas, ni dolor para construir lo soñado, por no creer, por no confiar? ¿Y qué hacemos, cuando no se puede nacer más después de tanta muerte y tanto olvido? 

Agosto de 2015

(RSM)

Ver además:

Lecturas de domingo: El Ángel