Este relato lo dedico en especial a dos grandes amigos y músicos: Luis Aguirre y Adriano Gallousi. Por los o(t)ros tiempos.

Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas
mientras la noche azul caía sobre el mundo.
Pablo Neruda

Lo observó, detenidamente, como si fuera la primera vez. Él leyó: Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, te pareces al mundo en tu actitud de entrega. Mi cuerpo de labriego salvaje te socava y hace saltar el hijo del fondo de la tierra. Entonces ella sintió un ligero temblor en sus labios que acentuó el carmín de sus mejillas e hizo más intenso el brillo nocturno en sus ojos. ¿Habría descubierto sus pensamientos? No, él no podría llegar más allá de su piel, pensó, mientras (sin quererlo) todo su cuerpo estaba dispuesto a corresponder con amor durante ese viaje en la locura que alguien llamó sexo.

Pero no era sexo la palabra exacta para definir lo que ocurriría o no segundos después, cuando sus ropas quedaran en un lugar cerca de la cama y ella se detendría a esperar tendida, resuelta a dejarse arrastrar, como si fuera una hoja sobre el viento, con las piernas ligeramente abiertas, lo indispensable para exhibir la belleza de sus curvas, suficientemente seductoras e inevitables, mostrando lo que él quería ver. Sabía que no pasaría por alto ningún detalle y que pronto sentiría su boca expandirse sobre los senos, después correría vientre abajo y la obligaría a sucumbir. Por supuesto, lo deseaba. Esperaba que él llegara más crecido ante su mirada interrogante, la rodeara con sus brazos fuertes y sumergiera en un beso profundo, suave como el perfume que emanaba de su piel, el mismo aroma que en más de una ocasión percibió que rondaba dentro de su habitación como un fantasma empujado por el viento.

Caería… ¿una vez más? ¿Temía sucumbir a la inevitable? ¿A lo ajeno? Recordó su propia imagen frente al espejo y detrás estaba él, en su otra vida: la de todos los días de todas las horas convertidas en siglos. Él abrazándola toda como si quisiera fundirse en un solo cuerpo. Ella poseída por el torrente que se vertía como un río dentro de su vida y… No, no, se dijo.

_ Esta vez no será así. Lo había pensado el día anterior y lo juró en cada segundo de aquella eterna noche hasta que el amanecer la sorprendió mirando por la ventanilla del ómnibus, mientras el reloj desgranaba los segundos. _No, esta vez no será así, se repitió y, de repente _como sorprendida por el eco de sus pensamientos, permaneció quieta hasta que el vehículo se detuvo.

Sentada sobre la cama, en la habitación color ámbar, su rostro helénico parecía más hermoso. Así le pareció a él cuando aceptó, sin condiciones, tumbarse a su lado. Sabía que lo observaba. Cualquier motivo podría servir para permanecer vestidos. Esta vez no será así _dijo_, y la voz, temblorosa e imperceptible, apenas alcanzó sus labios cuando se escurrió en un beso dentro de la boca húmeda, contagiada por la sonrisa de aquel hombre que ahora yacía desnudo sobre el lecho. “Esta vez no será así”, se repitió en silencio y sintió como emergían alas de su cuerpo.

Ver además:

Lecturas de domingo: Cuando llaman a la puerta