A los seis años de edad ya Aramís Delgado soñaba con el arte. Distinto a lo que podemos imaginar, de niño, no solo manifestó su vocación por el teatro. Todo comenzó con la pintura. Crecer en una finca, ubicada en la playa de Santa Fé, alimentó su amor por la naturaleza y el interés en reflejar los paisajes de su entorno.

Aunque jugaba con sus amigos de la escuela, prefería esconderse en las ruinas de un antiguo ingenio. En las tardes, subía a una torre desgastada por el salitre y el tiempo. Allí transcurría horas pintando. “En ocasiones, otros niños iban a buscarme para continuar los juegos, pero yo me ocultaba. No quería que descubrieran mi mundo interior. Tal vez no iban a entenderme”.

Durante su infancia, la poesía y la música campesina dibujaban el panorama cotidiano. Sus padres lo apoyaban en su amor por el arte y las tareas escolares, inculcándole la responsabilidad y el hábito de estudio. “Si no sacaba cien en las pruebas me ponía muy mal. Recuerdo que me despertaba de madrugada y estudiaba con una lamparita para obtener buenos resultados en la escuela”.

Tras el triunfo de la Revolución, en enero de 1959, Aramís Delgado integró el ejército. Cuando tenía 17 años y cursaba el bachillerato, se trasladó a la Sierra Maestra. “Realizábamos unos entrenamientos muy fuertes. Yo no quería ser soldado, sino actor. Durante el tiempo que permanecí movilizado en la unidad de Bacuranao, creé un grupo de teatro. Todavía no existían escuelas de arte”.

En 1960 Aramís Delgado vivió su primera experiencia sobre las tablas, con la obra titulada La Comadre, en el Primer Festival de Artistas Aficionados del teatro Payret. Foto: Cortesía del entrevistado

Con esa agrupación vivió su primera experiencia sobre las tablas, al presentar una obra titulada La Comadre, en el Primer Festival de Artistas Aficionados del teatro Payret, en 1960. El grupo teatral obtuvo el primer premio por dos años consecutivos.

Luego de su estancia en las filas del ejército, Aramís Delgado pudo entregarse por completo a las artes escénicas. Mientras actuaba en una obra en Guanabacoa, Enrique Pineda Barnet lo seleccionó para integrar el elenco del filme Soy Cuba (1964), dirigido por Mijail Kalatazov, primera película cubana en coproducción con el extranjero.

El trabajo en el teatro y el cine no lo distrajo de su interés por superarse. Viajó a la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) para recibir un curso de actuación; estudió en el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), bajo la tutela de Vicente y Raquel Revuelta; y fue alumno de Miguel Ponce. “Todo eso aportó mucho a mi formación, junto a mis ansias de leer y prepararme en temas relacionados con la Historia del Arte”.

En la década de 1960, se presentó al casting del grupo teatral Rita Montaner y obtuvo una plaza. “Durante las mañanas recibíamos clases de actuación, esgrima y acrobacias; en las tardes ensayábamos y teníamos funciones de martes a domingo. Era un trabajo fuerte, pero para mí actuar era vivir”.

La gata sobre los rieles; El viento en la rama del Sassafras; y La cuadratura del círculo constituyen algunas puestas en escena que presentó junto al elenco de esta agrupación, al cual perteneció hasta 1968, cuando ingresó al grupo Los Doce. Al año siguiente, tras su desintegración, pasó a Teatro Estudio, dirigido por Vicente y Raquel Revuelta.

Mientras tanto, películas como Lucía, dirigida por Humberto Solás, encaminaron su trabajo hacia el cine. “La experiencia de filmar en Gibara, Holguín, fue muy bonita. Con ese papel, interpreté al primer brigadista del cine cubano”.

De la inquietud por crear un elenco pequeño para escenificar obras clásicas, junto a José Antonio Rodríguez, surgió el grupo Buscón, en 1983. “Allí realizamos Otelo y Hamlet, de William Shakespeare y otros espectáculos clásicos, muchos de ellos en versos.

“Presentamos El perro del hortelano. Todavía tengo un oído afectado porque en una de las funciones a Isabel Moreno se le fue la mano con una galleta y me perforó el tímpano. Además, recuerdo con mucho cariño cuando interpreté el personaje de Rogelio, en la obra Las impuras, de Miguel de Carrión”.

Telenovelas como Magdalena (1990); El año que viene (1993); y Las huérfanas de la Obra Pía (2000), han marcado su trabajo en la pantalla chica. “Esas obras, que han tenido mucho éxito, me han ofrecido popularidad. No actué tanto en la televisión como hubiera podido, pero me he sentido muy bien grabando esas novelas al lado de grandes actores.

Generalmente interpreto papeles antagónicos. Sin embargo, no prefiero los personajes negativos, sino los buenos personajes, los bien escritos. En la mayoría de las ocasiones, los personajes negativos son más profundos”.

“No soy Robert De Niro, pero he hecho lo que me gusta”, expresó Aramís Delgado. Foto: Marian Eugenia Serrano Estepa

-De todos los personajes que ha interpretado en el teatro, el cine y la televisión, ¿a cuál de ellos se parece más Aramís Delgado?

-Todos se parecen un poco porque le pongo cosas de mi vida. Al mismo tiempo, ninguno se parece porque nunca me he interpretado a mí. Siempre he caracterizado a los personajes. Considero que ese resulta un aspecto muy importante a tener en cuenta por los actores jóvenes para lograr el desdoblamiento psicológico.

“Para eso es necesario sensibilizarnos con la vida, sentir que estamos vivos y saber que es tan lindo vivir. Siento que mientras viva tendré muchas cosas que decir. Siempre he pensado que después de muerto, seguiré dándole amor a la gente de alguna forma”.

-Con su arte ha viajado a varias latitudes como España, Bulgaria, Portugal, Alemania, URSS, Brasil y Venezuela. ¿Qué disfruta más de esos viajes y presentaciones?

-Probar que el arte llegaba a todos, a pesar del idioma. En esos casos, el público cuenta con una traducción simultánea. Los actores nos reuníamos con un traductor para leerle la obra completa. Luego, cada espectador tenía un aparato con audífonos para escuchar la obra en su idioma. En Alemania vivimos momentos muy emotivos. Con la presentación de Otelo, el púbico nos aplaudió durante 17 minutos.

“Si hubiera aceptado las ofertas de trabajo que me ofrecieron en otros países, hoy fuera rico en cuanto a dinero. No lo hice porque estaba enamorado de mi Malecón, quizás en ese momento, también de una muchacha, de unos amigos, o de una fiesta que iban a hacer en mi casa. Actualmente, estoy muy triste porque la mayoría de mi familia ha migrado. Ese es un dolor muy grande que siento. Por lo demás, soy feliz. Creo que no me equivoqué”.

En enero de 2023, recibió el Premio Nacional de Teatro. “Siempre es bonito. Lo más agradable es estar bien y tener vida para seguir haciendo y dar lo mejor que tengo para esta Cuba, que es donde vivo, y todavía existe tanta gente linda”.

Sobre sus nuevos proyectos, Aramís Delgado habla de la propuesta de una película titulada Estrés. “En el filme, interpretaré el personaje de un ciego, que intenta que las personas no descubran que no puede ver. El proyecto se encuentra en espera de presupuesto.

“En junio de 2023, actué en la serie Tras la huella, con un personaje cortico, pero a la gente le gustó. Era un chofer, que participó en un asalto, pero yo le inventé que era muy miedoso y tenía problemas de audición. Durante el rodaje, me dejé llevar por un estado de ánimo, se lo dije a Maikel Amelia y ella me apoyó en la actuación. Me entrego con pasión a cada personaje”.

A sus 81 años, Aramís Delgado sigue soñando con el arte, ama a la naturaleza y pinta, aunque ya no se esconde. Hace muchos años que el público forma parte de su mundo interior. “Mi mayor logro es haber vivido actuando. Ha sido difícil. No soy Robert De Niro, pero he hecho lo que me gusta. Hasta que me muera estaré luchando”.

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